Richard Cohen – Washinton. Mi amor de estos años entró en la estancia y me preguntó en qué estaba trabajando. Yo detallé algunos temas, fascinado como siempre con mi propia inteligencia, pero ella se burló de todos ellos. Dijo que si ella escribiera una columna, opinaría de cómo entendió las cosas al revés el Comité del Premio Nobel de la Paz. En lugar de distinguir a Barack Obama por previsiones, debería haber distinguido al pueblo estadounidense por las cosas hechas. Después de todo, nosotros le elegimos.Esta afirmación de un hecho indiscutible pero en absoluto evidente me pareció profunda y, creo, un poco preocupante. En los días transcurridos desde que el comité noruego anunciara su asombroso galardón, se hizo común decir que había sido elegido el anti-Bush. De hecho, al anunciar el Nobel, el Comité se abstuvo de mencionar a George W. Bush por su nombre, pero elogió a Obama por no ser él: «La diplomacia multilateral ha recuperado una posición central… el diálogo y las negociaciones son las vías predilectas… gracias a la iniciativa de Obama, Estados Unidos está desempeñando un papel más constructivo». Se entiende la idea.
Como si hubiera habido un golpe de estado. Los Estados Unidos de América habían sido tomados por este tal Obama, un hombre realmente maravilloso, y que ha desplazado a este tal Bush, la quintaesencia de América en su discurso y forma de ver las cosas, que insistía en ir por su cuenta y que había metido al mundo en guerras que no necesitaba. No se hizo mención a ciertas elecciones y la decisión del pueblo estadounidense de elegir a este tal Obama – y elegirle a pesar de ser muy franco acerca de cómo iba a dirigir el país tanto a nivel nacional como en las relaciones internacionales. Si las intenciones pesan, entonces la nuestra fue dar a Obama una oportunidad con las suyas.
La visión europea de que Obama es una especie de presidente accidental, que no representa real y verdaderamente la esencia de América, es un poco inquietante, así como un insulto. Creo que algo de ello se debe a una fijación con la raza de Obama mayor de la que se da aquí y, al mismo tiempo, la creencia equivocada de que la raza de Obama le hace menos americano en América de lo que sería un blanco. Los europeos siempre han utilizado el racismo americano para sentirse superiores, encontrándolo muy reconfortante en su confirmación de nuestro carácter rústico esencial. En este sentido, el Nobel fue la intención de animarnos en nuestro camino nuevo, admirable – ánimo, yanquis. Gracias, Olaf.
Hasta cierto punto, Obama ha contribuido a esta percepción. Durante un tiempo se comportó como un expendedor de disculpas, expresando su pesar por el unilateralismo norteamericano – «A veces nos hemos desvinculado y a veces hemos tratado de imponer nuestras normas » – así como por ser «demasiado fáciles de distraer», y «por la incapacidad americana de apreciar el liderazgo de Europa en el mundo». (Après el Congreso de Viena, sigue sin haber pruebas de lo segundo.) Incluso asumió la culpabilidad de la contribución estadounidense a la crisis económica mundial – «aunque yo no fuera presidente en aquel momento» – lo que implica que no habría sucedido de haber sido presidente él.
En mi opinión, la distancia que puso Obama entre su persona y lo que vino antes alentó al Comité Olímpico Internacional a no verle como el presidente de los Estados Unidos y en consecuencia, como si de un alcalducho mendicante se tratara, desestimó su candidatura. En ese momento, él era el presidente de Chicago, el jefe del ejecutivo de Cook County, y no el de Estados Unidos entero. Una lección aprendida, espero.
Como hombre negro en una América blanca, como hombre medio-blanco en un mundo negro, Obama siempre ha sido una anomalía – dentro y fuera del tren a la vez. Se trata de uno de sus puntos fuertes, porque tiene la vista y la oreja del profano ?? el rasgo que, en cierto sentido, ha convertido a las minorías étnicas de todo tipo en agudas observadoras de la cultura. Ellas tienen la distancia para ver los absurdos – como llamar ??carne? al rotulador melocotón o, una lección para el juez Scalia, la idea de que la cruz es la más común y por lo tanto menos objetable señal de la presencia de una sepultura. (No, querido Antonin, en mi casa.) Ahora, sin embargo, Obama es la personificación misma de su país, y la distancia y el aislamiento ya no valen.
Desde que el primer Premio Nobel de la Paz fue otorgado en 1901, muchas organizaciones lo han ganado, incluidas diversas agencias de la ONU. Los particulares no son los únicos que cabe distinguir. En este caso, la masa de gente que rompió la barrera de la carrera presidencial, que supo lo que estaba recibiendo y lo que él pensaba, tendría que ser la distinguida. En nombre del pueblo estadounidense, acepto el Premio Nobel de la Paz.
Enviamos orgullosos a Barack Obama a recogerlo.
Richard Cohen
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