Ellen Goodman – Boston. Mi momento favorito hasta ahora en el debate de la sanidad fue cuando el Senador de Arizona Jon Kyl argumentó en contra de promulgar prestaciones a la maternidad como parte de un seguro básico. «Yo no necesito seguro por maternidad», espetó. Momento en el cual bromeó Debbie Stabenow, de Michigan: «Creo que probablemente su madre sí.»
Por lo demás, también su esposa y su hija. Pero no importa. Tuvimos una breve muestra de la mentalidad de un político que no acaba de ver las preocupaciones sanitarias de las mujeres a la misma altura que las suyas.
Michelle Obama se refería a esta conexión entre sanidad e igualdad cuando decía a un grupo de mujeres que reformar el sistema era «el siguiente paso» en el avance de las oportunidades para la mujer. Las mujeres no sólo están menos aseguradas en el puesto de trabajo sino que son más propensas a sufrir discriminación por parte de las aseguradoras. También, agregó, se les puede negar la cobertura justa por la condición anterior a la firma de la póliza de haber sufrido una cesárea.
Es cada vez más obvio que tener un sistema reproductor femenino es una enfermedad anterior a la firma de la póliza en lo que respecta al debate sanitario. La punta de la polémica que se avecina es el aborto. El Comité de Economía del Senado limitaba algunas restricciones, pero la cuestión ante el Congreso sigue siendo si la ??reforma» que en teoría amplía la cobertura la va a reducir en su lugar. ¿Terminarán perdiendo la cobertura del aborto en los planes privados las mujeres que la tienen?
En los días antes de Roe vs. Wade, tuvimos una mezcolanza de diferentes leyes estatales que regulaban el aborto. El argumento en favor del derecho al aborto no sólo era la igualdad entre hombres y mujeres, sino la igualdad más allá de diferencias económicas. Es injusto, decían muchos, tener un sistema en el que las mujeres ricas se pueden pagar un aborto seguro mientras que las mujeres pobres tienen que poner su vida en peligro.
Después de Roe, los detractores del aborto se reagruparon y se pusieron a buscar una restricción atractiva para el ambivalente indeciso. Se aferraron a la idea de que el dinero del contribuyente no debe sufragar abortos. Esto no sólo estigmatiza el aborto, sino que lo aísla de la «sanidad legítima», volviendo a implantar un sistema de salud de dos velocidades para las mujeres pobres en Medicaid.
Hoy en día, esa diferencia de velocidades se ha ampliado. Las mujeres en Medicaid sólo pueden tener cobertura del aborto cuando los estados asuman la factura. Las mujeres en las fuerzas armadas no tienen ninguna cobertura, ni siquiera si fueron violadas. Los médicos en la nómina del ejército no están autorizados a practicar abortos ni siquiera a las soldados que pueden pagarlos. Tampoco hay cobertura para los empleados federales.
¿Y ahora qué? Nos dijeron que la reforma sanitaria sería «indiferente al aborto,» que no iba a alterar el inestable estatus quo ni sacar de quicio a las tropas de las guerras del aborto. Un compromiso en la Cámara propuesto por la Representante de California Lois Capps lo dejaría en esa situación. El aborto no sería ni promulgado ni prohibido. No habría fondos federales en los planes de protección subsidiada destinados a las personas de renta modesta; el dinero sería segregado.
Pero resulta que encontrar neutralidad en la contienda del aborto es difícil. Ahora tenemos Republicanos y Demócratas contrarios al aborto — sobre todo el Representante de Michigan Bart Stupak — que exigen que cualquier plan de salud que incluya el aborto tenga prohibido el acceso al recién creado mercado de seguro médico supervisado por el gobierno.
¿Y adivina lo que eso significa? Más del 80 por ciento de los planes de seguro privados cubren los abortos. Sin embargo, cualquier plan de protección que quiera tener derecho a la enorme oleada de clientes nuevos tendrá que prescindir de la cobertura del aborto que ofrece.
Así que hay que reagruparse. El primer objetivo eran las mujeres pobres de Medicaid, después vinieron las mujeres del ejército, y ahora las mujeres que necesitan planes subsidiados. ¿Y después? «Los millones de mujeres que actualmente tienen seguro privado lo perderán si se implanta con éxito una prohibición integral,» explica Nancy Keenan, de NARAL Pro-Choice America.
Esto no debe suceder. El presidente favorable al aborto dijo, «Si le gusta su seguro, puede conservar su seguro». No, si la gente como Stupak se sale con la suya.
Ninguna mujer espera tener que abortar. Pero una de cada tres mujeres sufre un aborto antes de los 45 años. Eso son un montón de mujeres que estigmatizar… o ignorar.
La ironía es que este intento de imponer una norma moral federal a la salud de todo el mundo sale precisamente de la gente a la que más enfurece la idea de una socialización de la sanidad.
Esto me lleva a mi segundo momento favorito del debate de la reforma sanitaria: cuando el Republicano de Kentucky Jim Bunning criticó en voz alta, «Yo no apoyo una socialización del sistema sanitario» y luego se quedó dormido.
Estoy segura de que está asegurado en caso de narcolepsia.
Ellen Goodman
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