Richard Cohen – Washington. La Defenestración de Praga tuvo lugar en 1618, cuando dos funcionarios reales fueron sumariamente arrojados de ciertos ventanales bastante altos para aterrizar, como la suerte quiso y la historia lo recogió, sobre un montón de estiércol. La Defenestración de Nueva York ocurrió el otro día justamente, cuando Barack Obama lanzó al Gobernador de Nueva York David Paterson por la ventana, dando con él no sobre un montón de estiércol, sino en la primera página del New York Times. En sus consecuencias políticas, se trata de una distinción carente de diferencia.
La noticia del Times, una filtración hábil y letal, rezaba explícitamente que la Casa Blanca había pedido a Paterson que se hiciera a un lado ?? que no aspirara a finalizar un mandato entero como gobernador, sino que se contentara con un mutis con gracia. Esto, señalaba el director político de la Casa Blanca Patrick Gaspard, evitaría la ignominia política que sin duda iba a ser el sino de Paterson. En aquel momento, me imagino al asesor del presidente blandiendo las encuestas que demuestran que en casi todo el estado de Nueva York, Mahmoud Ahmadinejad tiene un índice de popularidad mayor.
Muy rápidamente, Paterson anunció que no iba a hacer nada parecido. Guardó un silencio sepulcral acerca de una reunión que celebró presuntamente con Gaspard, durante la que la frase «no es nada personal» ciertamente fue pronunciada. Fue durante esta reunión que Gaspard habría dicho a Paterson – según la fuente del Times – que el presidente de los Estados Unidos le expresó su deseo de que se marchara. «Queremos que se retire», asegura el Times que dijo Gaspard. «No hay forma de que gane».
En su momento, Paterson hará lo que se le está exigiendo. Simplemente hay demasiado en juego. Rudy Giuliani asoma en el horizonte, dando a entender que desafiará a Paterson y limpiará el suelo con lo que quede de él. No hará a Obama ningún bien que Nueva York se vuelva Republicano, y tampoco hará ningún bien al resto de los Demócratas del estado que la cabeza de la lista electoral no pueda atraer a las urnas a nadie ajeno a su familia inmediata.
Las insuficiencias de Paterson son legión. Entre otras cosas, es incapaz de hacer algo. Accedió al puesto sucediendo a Eliot Spitzer, caído en desgracia, y casi de inmediato confesó que su esposa y él habían mantenido aventuras paralelas. (No dijo nada acerca de su perro.) Esta refrescante muestra de honestidad debe de tener a la Legislatura tan horrorizada que ésta resolvió no sacar nada adelante – y por una vez, estos chupatintas cumplieron lo que prometían.
Enseguida Paterson se convertía en un problema para Obama. Anunció que sus males políticos estaban vinculados a su raza – y que también lo estarían los del presidente. A Obama no le gustó en absoluto, y la Casa Blanca se apresuró a decir que no estaba de acuerdo. Paterson también había decidido hacer que la muerte política de Spitzer pareciera banal. En un triunfo de auto-mutilación política, alienó a la vez a los Kennedy y a Obama al obstaculizar la propuesta de que Caroline Kennedy fuera el reemplazo natural de Hillary Clinton en el Senado hasta las elecciones – y finalmente nombró a una desconocida Representante Kirsten Gillibrand para ocupar la vacante. La última vez que lo comprobamos, no fue Gillibrand la que había dado su apoyo a Obama desde el principio, sino Caroline y su tío, Teddy. La que se montó fue de órdago. Los desaires deben resolverse en duelo.
Hay un matiz triste y dulce en la catadura y la carrera política de David Paterson. Es legalmente ciego, un hombre atractivo y amable con un agudo sentido del humor neoyorquino. Es un príncipe de Harlem, el vástago de una de las organizaciones políticas del país más antiguas y con mayor solera. Su padre, Basil, fue un formidable senador del estado y vicealcalde de Nueva York. La organización de Harlem dio lugar al único alcalde negro de la ciudad, David Dinkins, y por el momento cuenta con el presidente del Comité de Asignaciones, Charles B. Rangel. Es una organización poderosa.
Sin embargo, Obama prescinde de sus servicios. Algunos se verán tentados a achacar tan duras tácticas a Chicago y su estilo político de puño americano. Ese, sin embargo, no es el caso. Obama – a diferencia de Rahm Emanuel – no es de Chicago. ?l es de la Tierra de la Ambición. Ese es un ámbito en el que todos los indicadores advierten, «No se interponga entre lo que quiero y yo». Obama quiere un segundo mandato, y ni la camaradería racial ni la afabilidad, ni la consideración Conmovedora hacia los sentimientos heridos ajenos supondrá, al final, ninguna diferencia. Paterson tenía que marcharse.
La Defenestración de Nueva York no nos dice nada de Paterson que no supiéramos ya. Pero sí nos dice algo de Obama y la dureza al acecho detrás de esa sonrisa resplandeciente. Puede llamar a la purga de Paterson política post-racial o simplemente política, pero en cualquier caso la lección está clara: En el momento en que te conviertas en un problema para Obama, evita asomarte mucho a las ventanas.
Richard Cohen
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