Ellen Goodman – Boston. La primavera pasada apareció una caricatura en el New Yorker mostrando una galera casi vacía con sólo dos esclavos aún remando bajo la severa mirada del capitán. En la leyenda, uno de los esclavos dice al otro: «Tal como están las cosas, estoy muy contento de tener aún empleo».
Resulta que este es el mantra de la nueva economía y su icono: el trabajador agradecido. Cuando busqué en Google «agradecida de tener un trabajo» – así es como evalúo las tendencias en estos tiempos – obtuve 3,7 millones de resultados de la búsqueda. La gratitud está de moda.
Pensaba en esa lectura de las estadísticas que presume que la productividad vuelve a subir, esta vez alrededor del 6,6 por ciento. Esta «buena noticia» significa que se está trabajando más en el mismo turno.
Pero esto no quiere decir nada de la gente que trabaja duro o de si está ocupada en lo que los economistas llaman un «acelerón,» con todas sus implicaciones Charlie Chaplin para nuestros propios «Tiempos Modernos». Tampoco dice cómo muchos lugares de trabajo tienen a cuatro personas haciendo el trabajo que antes hacían seis u ocho.
La atención de la Gran Recesión se ha centrado correctamente en el casi 10 por ciento de trabajadores en paro. Pero se ha hablado mucho menos de los daños colaterales sobre el 90 por ciento que «aún tiene empleo» pero que se fija en los puestos que han quedado desiertos. Con miedo. Con agradecimiento.
En muchos lugares de trabajo, por supuesto, se están fabricando muchos menos reproductores – o coches o ropa – lo que exige que haya menos responsables de fabricación. Pero los hay, después de todo, tantos como casos a ser gestionados por menos trabajadores sociales. El número de plantas a ser limpiadas por menos conserjes es el mismo. No hay menos noticias que cubrir en las salas de prensa. Y ya no quiero ni pensar en las aerolíneas regionales.
El gobierno no hace un seguimiento de cuántos están haciendo el trabajo de sus antiguos compañeros de trabajo. Tampoco cuantifica la inquietud económica. Lo más cerca que llegamos a cuantificar al trabajador agradecido son las cifras que demuestran que los que dejan el puesto — los que se marchan voluntariamente — se encuentran en mínimo histórico. Confíe en mí, no se están quedando porque de pronto adoren a los jefes.
Y ya que estamos en el tema, estoy deseando apostar a que mucha gente que hace esas horas extra no remuneradas trabaja además en casa. Y una gran cantidad de trabajadores sorprendentemente productivos no piden las horas extraordinarias.
En lo que la economista Heather Boushey llama «economía al desnudo,» hasta aquellos con empleo se sienten indefensos e incapaces de negarse. «Esto pone al empresario al volante de verdad,» dice Boushey, «y el que está sentado en el asiento del copiloto no puede ni sugerir pisar el freno.»
El efecto más inmediato se da sobre las familias. El pequeño secreto oculto es que los trabajadores con familia — hablo de las madres — siguen siendo vistos como «menos productivos». «La discriminación de las madres sigue siendo la forma más clara y más abierta de discriminación,» dice Joan Williams, de la Facultad de Derecho de la UC-Hastings. «Cuando los empresarios tienen que meter la tijera, empiezan por los trabajadores de bajo rendimiento que pueden confundirse fácilmente con madres. Las personas que se ven en el punto de mira tienen miedo. »
No es coincidencia que la cifra de quejas de discriminación por embarazo se haya elevado un 12 por ciento con respecto a 2008. A esos efectos, la cifra de trabajadores que llaman a la línea Hastings WorkLife con historias de ser despedidos por tener que atender a los hijos se ha duplicado. Hasta hemos visto un descenso en la tasa de natalidad en California y Florida, donde la crisis inmobiliaria afectó más.
El discurso de conciliación de la vida laboral con la familiar ha desaparecido en la misma medida que los planes de jubilación basados en acciones. Sigue habiendo un estigma que acompaña al horario flexible, y sólo la mitad de los trabajadores cobra el sueldo de baja por enfermedad. Como dice Debra Ness, de la Asociación Nacional de la Mujer y la Familia, los trabajadores con miedo «son menos propensos a solicitar las prestaciones y menos dados a utilizarlas si las tienen». En efecto, si el miedo es más contagioso que la gripe A, ¿qué va a suceder cuando los trabajadores elijan entre jugarse su seguro de salud o su puesto de trabajo?
Tras el estallido de la burbuja tecnológica, registramos una recuperación con menos empleo. ¿Puede traducirse la Gran Recesión y el trabajador agradecido en una recuperación con menos prestaciones?
En el famoso sainete de Mel Brooks acerca del viajero del tiempo, se le pregunta cómo se desplazaban en los primeros tiempos. Su respuesta: «Sobre todo con miedo». El miedo a ser perseguido por un animal.
Bueno, el miedo es lo que mantiene productivos a una gran cantidad de trabajadores. El miedo es lo que hace que muchos de los que aún trabajan se vuelvan alérgicos al cambio cuando más lo necesitan. ¿Cuándo vamos a ver la luz al final del túnel de la Gran Recesión? Tal vez cuando la gratitud empiece a ser irritante.
Ellen Goodman
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com