Irene Serrano, periodista:

«decidimos ir a la sala Cool, calle Isabel La Católica número 6, al Stardust. Nunca me ha gustado demasiado ese sitio, pero según está el asunto en Madrid, es la opción más barata para un viernes por la noche.

Tras esperar la cola que, gracias a Dios, no era insoportable, pasaron dentro mis amigos españoles. Yo hice lo mismo. Pero cuando me giré para buscar con la mirada a Vaneet, se encontraba clavado al lado del gorila de la puerta. ??No podemos entrar, no sé qué ocurre?, me dijo mi novio, colombiano, desde la calle. Pregunté a los seguratas de dentro qué era lo que estaba sucediendo. Me contestaron que si quería irme, me devolvían el dinero. Lo hice. El tipo que le negó la entrada a Vaneet tampoco supo explicarme por qué mi amigo no podía acceder a la sala. ??No es apto para entrar? fue su única respuesta.[…]

Me enfadé. Mucho. Me enrabieté. Grité. Agarré a Vaneet de la mano y enfrente de la cola, con toda la fuerza de mi voz, conté a los que esperaban lo sucedido. ???l es mi amigo, es de La India. No le dejan acceder a la sala por su nacionalidad. ¿Tiene pinta de peligroso? No, simplemente es moreno?. Algunos aplaudieron, otros rieron, alguien me llamó Juana de Arco. Un ??gafapasta?? me gritó desde el principio de la fila que dejase a los de seguridad hacer su trabajo, ??algo habrá hecho tu amigo?. […] [leido en escolar.net]

Editorial de hoy de EL MUNDO :

El PP «no acaba de mostrar su receta para reconducir la situación y un proyecto que se perciba útil, si se limita a la labor de crítica, corre el riesgo de que muchos españoles le den la espalda?»…

Pedro J. azuza durante meses a Rajoy para que endurezca la oposición y cuando lo hace lo navajea.

 

Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Así que la familia se reunirá de nuevo. No, la familia no, el clan. Esa es la palabra que siempre se utiliza para describir a los Kennedy, como si fueran la gran familia real de nuestra vida política. Y lo fueron.Los funerales de los Kennedy han marcado nuestra historia: JFK. RFK. Jackie. John Jr. y hace dos semanas, Eunice. Esta vez la muerte a lamentar es la del hermano pequeño, que se convirtió en el mayor, el único varón en lograr algo trágicamente negado a los demás: la longevidad.

Teddy Kennedy. «El león del Senado». Le conocí en 1962, cuando yo era estudiante y él era un neófito. Mi padre, un incondicional de JFK, se tomó como algo personal el apoyo a este hermano en su campaña al Senado. El caballero de 30 años de edad era tan bruto que cuando los periodistas le preguntaban por un asunto, él se excusaba para cotejar las notas de sus asistentes. El hombre contra el que competía dijo sin rodeos e imprudentemente que si el nombre de Teddy fuera Edward Moore en lugar de Edward Moore Kennedy, la candidatura sería una broma.

Pero él era un «Kennedy» en Massachusetts.

Como la mayoría de los periodistas de Boston, tengo aventuras que contar en esta fecha pero ninguna tan sentida – si me permite la licencia – como el día en que volé desde la capital con mi hija. Habiendo avistado al Senador, ella me pidió conocerle. Le hice prometer que simplemente diría hola y le dejaría en paz. Pero Kennedy se levantó del asiento de pasillo y durante diez minutos habló del colegio y de la vida con mi hija de diez años, mientras ella me miraba con recelo para ver si se había violado nuestro acuerdo.

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?l era así, menos patriarca que su padre, más relajado y más él mismo sobre todo con los niños, especialmente los hijos de sus hermanos. Era Teddy quien aparecía en las graduaciones y las bodas cuando los padres fallaban. Era Teddy quien, atenazado por las pérdidas, se dirigía a innumerables que sufrían.

Las esquelas rezan que Kennedy nunca logró el sueño de llegar a ser presidente. Pero hay diferencia entre el destino familiar y el sueño de un hombre. Cuando Teddy se enfrentó a Jimmy Carter en 1980, protagonizó una campaña inconexa, insegura, vacilante, torpe. Algunos achacaron la culpa al episodio de Chappaquiddick, otros a la prensa.

A medida que seguía su campaña, una idea seguía viniendo a mi cabeza: él no quiere ganar. Cuando escribí esto, mis colegas de la crónica política se rieron de mi ingenuidad al creer que «un Kennedy» no quiere algo así. Pero entonces Roger Mudd planteó la espinosa cuestión en la CBS – ¿Por qué quiere ser presidente? – y Teddy no supo contestar.

El hermano pequeño dio carpetazo al capítulo con un discurso en la convención que saltó las lágrimas de sus seguidores: «Para todos aquellos cuyas preocupaciones han sido nuestra preocupación, el trabajo continúa, la causa pervive, la esperanza perdura y el sueño no morirá jamás». Sin embargo, al postularse y ser derrotado, había exorcizado la carga del apellido. Ya no era un Kennedy Presidente oficioso. Se convirtió en un superviviente, un senador y su propia línea familiar.

No tengo que enumerar sus logros. Están presentes por escrito en proyectos de ley que van desde los derechos electorales y el salario mínimo al trabajo en la reforma sanitaria. Llamaba a la reforma de la sanidad «la causa de mi vida», aun cuando su vida se desvanecía.

Tampoco tengo la lista de sus defectos. Durante un tiempo fueron lo bastante numerosos para competir con los licenciados de este año en esa infame residencia de C Street. En un discurso de mea culpa en 1991, dijo, «Reconozco mis propias limitaciones, los fallos de conducta en mi vida privada… Y yo soy el que debe enfrentarse a ellos».Pasaron a mejor vida en su segundo matrimonio.

Pero no fueron los defectos lo que hizo de Kennedy el objetivo de los recaudadores Republicanos de fondos hasta que el relevo pasó a Hillary. No fueron los defectos los que le convirtieron en el objetivo principal de los enemigos hasta que el relevo pasó a Obama. Era su poder y su compromiso en la lucha contra la pobreza y los derechos civiles, la educación, la sanidad. Fue su voluntad – no su insistencia – de ser un izquierdista cuando los demás quisieron convertir la palabra en un motivo de vergüenza.

Cuando Kennedy llegó al Senado como el hermano pequeño, un Senador veterano le dijo «los logros no se miden en función de las montañas escaladas sino de las colinas ascendidas». Como iniciado privilegiado durante más de cuatro décadas, ascendió colinas. Como «Kennedy» soportó el peso y honró la herencia. Como su propio ser nunca perdió de vista las montañas.

Ellen Goodman

 

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E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Que la nación esté tan conmovida por el fallecimiento de Edward Moore Kennedy demuestra su buen hacer, gracia y determinación en la interpretación de un papel que debe de haber sido infinitamente más difícil de lo que parece: el de príncipe nunca destinado a ser rey.

Ted Kennedy fue el menor de nueve hijos en una familia cuyo patriarca despiadado tenía la intención de levantar la dinastía de los Estados Unidos. El viejo titán empresarial Joseph Kennedy, fue rey. El hermano mayor de Ted, Jack, el atractivo presidente joven, fue rey. Los otros dos hermanos, Joe y Robert, estaban destinados al trono, pero perdieron la vida con gran antelación. Ted se postuló a la candidatura presidencial, pero con el aire de quien realmente no cree estar destinado a ganar. Era el hermano menor, el eterno príncipe.

Los príncipes llevan a menudo vidas que son difíciles, hasta en el contexto de la riqueza y los privilegios. Tienen que encontrar formas de evitar ser devorados por una ambición que nunca podrá ser retribuída. Algunos se convierten en sabios consejeros de los asuntos de estado; otros se convierten en vividores que se pierden entre las mujeres y el alcohol, los hay que desaparecen y se convierten en trotamundos que van por ahí navegando en velero o coleccionando mariposas o cosas así. Es justo decir que en varios momentos de su vida, Ted Kennedy intentó todas estas identidades.

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La tarea más difícil del eterno príncipe es la construcción de una identidad genuina de la que estar orgulloso – una identidad que le permita llevar una vida con objetivos, significado y repercusión. Ted Kennedy logró esta hazaña al convertirse en el mayor Senador de nuestros tiempos y siendo la conciencia izquierdista de la nación en la administración.

De vez en cuando, la opinión generalizada no se equivoca básicamente. La narrativa generalmente sustentada es que Kennedy se encontró a sí mismo a través de la experiencia de la derrota. La opinión de consenso es que se postuló a presidente en 1980 sobre todo por sentido de la obligación, que protagonizó una campaña tan desorganizada y casi inconexa que casi parecía sabotearse sola, y que cuando perdió la candidatura Demócrata frente al titular Jimmy Carter se convirtió en un hombre libre, capaz por primera vez de encontrar su propia voz y trazar su propio camino.

Yo estaba en el Madison Square Garden – un joven reportero al que no se le escapaba nada, recibiendo una dosis de política nacional de primera mano – cuando Kennedy pronunció su electrizante discurso de reconocimiento de la derrota en la convención Demócrata de 1980.El famoso pasaje final, que hizo que se cayera el estadio, fue el manifiesto más conciso y poderoso que ninguna figura pública de este país ha pronunciado nunca:

«Para todos aquellos cuyas preocupaciones han sido nuestra preocupación, el trabajo continúa, la causa pervive, la esperanza perdura, y el sueño no morirá jamás.»

Son palabras estimulantes, y Kennedy pasó las tres décadas siguientes poniéndolas en práctica. En las poderosas cadencias de esa frase, adquiere compromisos concretos. Se comprometió a trabajar – lo que hizo, incansablemente, trasladando legislaciones de aquí para allá a través del pantano legislativo del Senado hasta sacarlas adelante. Se comprometió a no abandonar la causa – la agenda progresista de igualdad de oportunidades e igualdad ante la justicia. Se comprometió a mantener viva la esperanza – y nunca, ni siquiera en sus últimos meses, le traicionó un atisbo de desesperanza. Y prometió que el sueño perduraría – una visión de unos Estados Unidos a la altura de sus más elevados ideales, una América en la que aquellos que son menos afortunados y más necesitados no son olvidados.

Para entonces, Ted Kennedy ya había tenido un impacto monumental en su país – su trabajo en la reforma de las leyes de inmigración de la nación en 1965, literalmente, cambió el aspecto de la nación al cambiar el sistema de cuotas que había facilitado que vinieran los europeos a este país mientras hacía imposible traer un grupo reducido de inmigrantes de las partes del mundo donde la gente resultaba ser casualmente negra o marrón.

La causa de su vida, sin embargo, terminó siendo la sanidad – cambiar el sistema de racionamiento no reconocido en virtud del cual se prorratea la atención médica en función del poder adquisitivo del paciente. Hay quienes creen que si Kennedy no hubiera enfermado, la tentativa de reforma sanitaria del Presidente Obama hubiera salido adelante. Lo dudo, dada la estrategia del Partido Republicano de intransigencia y siembra de miedos.

Pero echaremos muchísimo de menos la claridad moral de Kennedy. A su juicio nuestro país tiene la responsabilidad de garantizar que cada americano tiene derecho a una atención médica asequible. Tal vez su vida como eterno príncipe le enseñó que la felicidad y la salvación residen en sacrificar el interés propio por el bien general.

Eugene Robinson

Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

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Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. A finales de 1979, volé a Iowa con Edward Moore Kennedy. ?l viajaba en primera clase y yo estaba en turista, pero algún momento una azafata vino y me pidió que cambiara de asiento. Kennedy estaba sentado en el asiento del pasillo; yo ocupé el asiento de ventanilla, abrí mi cuaderno de notas y lancé una andanada de preguntas comprometidas: ¿Por qué se postula a presidente y por qué no pudo dar un motivo al presentador televisivo Roger Mudd cuando le entrevistó, y qué pasa con la inflación? Entonces, por alguna razón, le pregunté si lo estaba pasando bien y me dio una respuesta que no voy a olvidar nunca.

La diversión siempre ha sido parte integral de Camelot, la herencia Kennedy ?? navegar, jugar al fútbol americano y nadar, cuerpo y mente, ambos a su máximo potencial. Pero justo esa semana una mujer desequilibrada había entrado en su oficina del Senado blandiendo un cuchillo de cocina, y a veces el ruido del motor de combustión de un coche despertaba el pánico en la cara de Kennedy — un mini-momento ocupado por John y Robert, de carretas y caballos con los estribos invertidos y tambores militares — y la campaña en Iowa se había convertido en un trabajo de chinos. Nadie parecía estar pasándolo bien.

La respuesta de Kennedy fue como una confesión. Hacer campaña había sido divertido antes, dijo. Había sido divertido cuando era joven. Era divertido conocer el país y reunirse con la gente, pero hacía mucho tiempo que ya no era divertido.

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«La diversión básica se esfumó con mis hermanos,» dijo.

Mi impulso fue abrazarle, decir, «Pobre hombre, por qué le estás haciendo esto». Por supuesto no hice nada parecido. Hice en su lugar lo periodísticamente aceptable y cerré el cuaderno. «Gracias, Senador.»

Kennedy no era por entonces ningún Demócrata inasequible al desaliento. Estaba claro para todo el mundo que se postulaba a presidente — desafiando al titular de su propio partido — no a causa de las consignas en su manga sino porque era su turno.

Sobre el terreno en Iowa, se podía ver la prueba de ello. Los antiguos empleados de campaña se habían reunido — el bando John Kennedy y el bando Robert Kennedy. Pero ya no eran jóvenes, ni dispuestos a dejarse su pellejo político otra vez, esta vez en el gélido invierno de Iowa. Estaban apalancados en carreras de adulto, lucrativamente parte de ellos. Además, no creían necesariamente en Edward Moore Kennedy. Creían en los Kennedy. Había en marcha una restauración y cuando tuviera éxito, todos volverían al juego a simular que Teddy era un Bobby o un John. En el ínterin, contribuirían con informes o una llamada telefónica puntual — y después alguna mención de ellos en una cena. ¡Muy rentable!

Kennedy en persona acababa de cerrar el círculo. Estaba a las órdenes de un muerto, su padre Joseph P. Kennedy. John F. Kennedy en persona lo había dejado todo claro allá por 1959: «Igual que yo entré en política al morir Joe, si algo me llegara a suceder mañana, Bobby concurriría por mi escaño en el Senado. Y si Bobby falleciera, nuestro hermano pequeño Ted lo ocuparía.» Joe Kennedy, el hermano mayor, había caído en combate durante la Segunda Guerra Mundial.

Ted perdió. Fue una pérdida vigorizante y liberadora — la refutación contundente de la mentira de que ganar es lo único que cuenta. Se había sacado de encima por fin la cruz de la Casa Blanca. No es que hubiera dejado de ser hijo de su padre o un Kennedy o el producto de 10 instituciones educativas y la ausencia paterna, simplemente pasaba que ahora se podía concentrar en ser senador. Esto lo hizo extremadamente bien, en realidad, hasta otra derrota — esta vez frente a Robert Byrd por el puesto de coordinador de la formación en el Senado. Entonces pasó a ser si no un senador muy destacado, sí uno muy importante. Cuando tuvo oportunidad marcó la diferencia y eso es más de lo que podemos decir la mayoría de nosotros.

El destino jugó con Teddy Kennedy. Era rico. Era famoso. Era poderoso. Pero controló muy poco. Bebía mucho, se arriesgaba demasiado, y nunca tuvo la imaginación para cuestionar un progresismo que necesitaba una puesta al día a fondo con desesperación. El destino se llevó a un hermano tras otro, poniéndole a él al frente de la dinastía de la que, en realidad, no quería formar parte. El éxito final le fue esquivo; la tragedia y el fracaso le enriquecieron — el viaje de una vida que le condujo de ser el hijo pequeño de su padre a ser un hombre cualquiera. Nació Kennedy, pero murió siendo uno más de nosotros.

Richard Cohen
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

De nuevo, las falsas denuncias del PP llegan al extranjero. El periodista François Musseau publica un artículo en el francés Liberation titulado: ??La política estilo corrida de toros?. Según el autor, ??el partido Popular ataca al gobierno por todos los medios? y añade: «La virulencia de los ataques ha alcanzado un nivel inédito»…

??Sin aportar pruebas, los conservadores del Partido Popular dicen estar siendo espiados por los servicios secretos. Denuncian un ??estado policial?? y una ??persecución inquisitorial??. El gobierno de Zapatero replica que se trata de ??delirios paranoicos??. Estas invectivas estivales ahora se han convertido en pugilato político en la Cámara de Diputados. Buscando en vano, por ahora, el apoyo de otras formaciones políticas, los conservadores juegan al enfrentamiento frontal con el gobierno de Zapatero?.

??La virulencia de los ataques ha alcanzado un nivel inédito. El Partido Popular amenaza con interponer una denuncia ante el Parlamento Europeo, donde los conservadores son mayoría, esperando que el hemiciclo de Estrasburgo sirva de caja de resonancia ante la presidencia española de la UE en enero de 2010. Los socialistas se niegan a comparecer ante las Cortes en Madrid, considerando que las acusaciones de la derecha son ??patéticas?? y calumniosas???.

En efecto, si el PP quería mostrarse como una alternativa de gobierno se están cubriendo de gloria, tanto en España como por el mundo. La irresponsabilidad de las denuncias nos daña como país y daña la imágen de su propio partido.

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El despegue desde diversas ópticas.

Después de dos intentos fallidos, el trasbordador espacial Discovery despegó con éxito de Cabo Cañaveral. Es la misión número 128 de la NASA y se puede seguir tanto por la web como por Twitter.

El despegue había tenido que ser abortado el pasado martes por el mal tiempo y de nuevo pocas horas después por un problema «con una válvula de drenaje en el tanque de combustible».

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La salida de los astronautas

La misión, que durará 13 días, pondrá en funcionamiento el puesto orbital para realizar operaciones científicas.Según la wikipedia, «En esta misión el transbordador espacial Discovery deberá entregar e instalar el Módulo logístico Multipropósito (MPLM Leonardo); y el Portador de la superestructura ligera (LMC), la tripulación de tres cuartos, cocina, la segunda cinta (TVIS2) y la tripulación del Sistema Nacional de Salud 2 (CHeCS 2).»

A bordo viajan siete astronautas, uno de ellos hispano que actualiza un canal en Twitter desde el espacio. Su primera actualización desde allí fue:

 «Espero la cosecha de mi sueño sirva como inspiracion a todos! Acabo de configurar las computadoras. Buenas noches!«

Según publica la voz de Houston, «El transbordador lleva a bordo un cargamento de suministros para la base espacial, entre ellos un equipo para correr llamado Stephen Colbert, un actor del canal Comedy Central.Colbert incluso había conversado en directo con la Estación Espacial Internacional.

El comediante deseaba que una sala de la base llevara su nombre en la base internacional, pero tuvo que conformarse y un equipo de ejercicios llevará su nombre como premio de consolación». La noticia llegó incluso a la CNN.

El propio Colbert envió un mensaje a la NASA:

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vídeo afpes

Eugene Robinson, Richard Cohen y Ellen Goodman, tres columnistas del Washington Post, escriben una columna especial sobre el fallecimiento de E.M.Kennedy. Radiocable.com ofrece en exclusiva para España sus miradas sobre «El eterno Príncipe», el último vínculo familiar vivo de JFK.

Eugene Robinson, premio Pulitzer y editor de Exterior del Washington Post, escribe:

«…La causa de su vida terminó siendo la sanidad. Hay quienes creen que si Kennedy no hubiera enfermado, la tentativa de reforma sanitaria del Presidente Obama hubiera salido adelante. Lo dudo, dada la estrategia del Partido Republicano de intransigencia y siembra de miedos.

Pero echaremos muchísimo de menos la claridad moral de Kennedy. A su juicio nuestro país tiene la responsabilidad de garantizar que cada americano tiene derecho a una atención médica asequible. Tal vez su vida como eterno príncipe le enseñó que la felicidad y la salvación residen en sacrificar el interés propio por el bien general…» [lee aqui columna completa]

 

Ellen Goodman, Premio Pulitzer al comentario periodístico, columnista del diario:

??…Como la mayoría de los periodistas de Boston, tengo aventuras que contar en esta fecha pero ninguna tan sentida – si me permite la licencia – como el día en que volé desde la capital con mi hija. Habiendo avistado al Senador, ella me pidió conocerle. Le hice prometer que simplemente diría hola y le dejaría en paz. Pero Kennedy se levantó del asiento de pasillo y durante diez minutos habló del colegio y de la vida con mi hija de diez años, mientras ella me miraba con recelo para ver si se había violado nuestro acuerdo. ?l era así, menos patriarca que su padre, más relajado y más él mismo…? [lee aqui columna completa]

Richard Cohen, Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

«…A finales de 1979, volé a Iowa con Edward Moore Kennedy. ?l viajaba en primera clase y yo estaba en turista, pero algún momento una azafata vino y me pidió que cambiara de asiento. Kennedy estaba sentado en el asiento del pasillo; yo ocupé el asiento de ventanilla, abrí mi cuaderno de notas y lancé una andanada de preguntas comprometidas: ¿Por qué se postula a presidente y por qué no pudo dar un motivo al presentador televisivo Roger Mudd cuando le entrevistó, y qué pasa con la inflación? Entonces, por alguna razón, le pregunté si lo estaba pasando bien y me dio una respuesta que no voy a olvidar nunca. ??La diversión básica se esfumó con mis hermanos,? dijo.» [lee aqui columna completa]

Sección en convenio con el Washington Post

Las noticias sobre la corrupción en el seno del PP gotean la prensa extranjera. Los diarios internacionales recogen muchas veces lo publicado por la prensa española aunque otras hacen valoraciones de gran calado. Esta misma semana, sin ir más lejos, Martin Dahms publicaba un interesante artículo en alemania donde advertía de que la cultura política española está en peligro, con estas conductas.

Ahora, el portugués Diário de Noticias publica un texto de Nuno Ribeiro titulado: ??La corrupción en la construcción del velódromo de Palma de Mallorca afecta al PP?:

??La construcción de un velódromo en Mallorca tuvo una gran ??patinazo?? financiero de 41 millones de euros llegó a 101 millones. La fiscalía anticorrupción de España investiga si el dinero sirvió para el financiamiento del partido popular, que en ese momento gobernaba esa comunidad autónoma. Las investigaciones que se realizaron en los últimos tres meses ya concluyeron la emisión de facturas falsas y comisiones en la realización de la obra?.

??Las sospechas es de financiamiento irregular del PP en Baleares, lo que la dirección regional del partido niega. Este es otro caso que pone en duda la reputación de los conservadores españoles. Este mes el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana archivó el proceso de soborno abierto contra Francisco Camps, uno de los mayores apoyos de Mariano Rajoy?.

Esta es la imágen que está proyectando nuestro país en el exterior.