Richard Cohen – Washington. Volvamos a esa oportunidad de «sentar cátedra.» Fue proclamada por Barack Obama, después de que afirmara que la policía de Cambridge, Mass., había actuado «estúpidamente» al detener a Henry Louis Gates en su propio domicilio bajo los cargos esencialmente de ser negro. Ya ha pasado un mes, y lo único seguro que hemos aprendido a lo largo de esta prolongada oportunidad de sentar cátedra está relacionado con el propio Obama. No sabe enseñar.
Esto es evidente en lo que se refiere a los grandes desafíos a los que se enfrenta su gobierno: la reforma de la atención sanitaria y la guerra de Afganistán. Ambos están perdiendo el apoyo popular. En cada vez mayor número, los estadounidenses se están convenciendo de que Afganistán va a costar muchas vidas y la reforma sanitaria mucho dinero – y de que ambas cuestiones representarán beneficios insignificantes o incluso nulos. Profesor, por favor explíquelo.
Obama no sabe explicarlo – o, siendo justos y precisos, no ha sido capaz aún de explicarlo. Esto se debe a un defecto que he apuntado con anterioridad – su característica frialdad, un aire de estar por encima de lo divino y lo mundano que no transmite empatía. Si recuerda, por ejemplo, aquella oportunidad de dar ejemplo con Gates, recordará que estaba relacionada con el fichado racial y tal. Tertulianos a patadas se subieron al carro oportunista y en algunos casos – Glenn Beck viene a la cabeza – demostraron estar hambrientos de polémica, pero Obama se mantuvo al margen de la refriega. La clase había empezado pero él no.
Lástima. Para esta oportunidad de enseñar, Obama podría haber recordado un incidente de su propio pasado cuando, por casualidad, fue sometido al fichado racial – retenido, cacheado o algo por ser un verón negro, un varón negro joven en concreto. Podría haber contado una anécdota que nos diera una idea remota de cómo es tener su color de piel – pero no sus dos licenciaturas por las ocho antiguas, su contrato literario, etc – en la cara para sentir el oprobio y la sospecha de los agentes de policía y la mirada esquiva de las damas blancas. No. No hizo nada por el estilo.
Así que Obama no impartió docencia acerca del incidente Gates y no está dando clase sobre la sanidad. Parte de sus problemas son de procedimiento – delegó la reforma de la atención sanitaria en el Congreso, la versión parlamentaria de los pantanos de Georgia en la que las reformas se hunden progresivamente y finalmente se pudren y emiten gases nocivos. Algo de esto tiene que ver con la complejidad inevitable de cualquier legislación. Sin embargo, otra parte está relacionada con la incapacidad del presidente para decir simplemente lo que quiere y por qué eso es bueno para nosotros. El fracaso en esto es doble: mensaje y mensajero.
El mensaje se puede mejorar. La administración, después de todo, aún es nueva y todavía está aprendiendo. El mensajero, sin embargo, es un problema de otro orden que se ocultó durante la campaña presidencial gracias a la singularidad histórica del candidato y la chorra de ir detrás de George W. Bush y competir contra un desventurado John McCain. Apenas es una ligera exageración decir que cualquier Demócrata podría haber ganado, pero no es exagerar decir que el mensaje de «cambio» de Obama quedó más elocuentemente expresado sobre todo en la esencia física del propio candidato. No había nada parecido a él en toda nuestra historia.
En último término, la cuestión del éxito de la iniciativa de reforma de la sanidad se reduce a la confianza. Una lección que sacar de las estridentes asambleas es la sensación de pánico, el temor a que este tío de la Casa Blanca no aprecie la ansiedad que produce la sanidad a los estadounidenses de clase media – si van a conservar lo que tienen o no, si tendrán suficiente o si sus últimos años transcurrirán en medio de una pobreza dolorosa y degradante. ?sas, irónicamente, son precisamente las razones de la reforma desde el principio y de por qué Obama ha apostado tanto en ella. Es un reformista – simplemente no es un vendedor.
Obama se asemeja cada vez más a Lyndon Johnson, con Afganistán convirtiéndose en su Vietnam. Quizá. Pero la analogía más apropiada es con Jimmy Carter, en particular el presidente analizado por James Fallows en un artículo de la revista Atlantic en 1979, «La Presidencia desapasionada.» «La idea central de la administración Carter es el propio Jimmy Carter», escribió Fallows. ¿Y cuál es la idea central de la presidencia Obama? Es el cambio. ¿Y qué es eso? Es el propio Obama.
A diferencia de Carter, Obama rebosa energía y encanto. Su brillo no es frágil, pero es flexible. Sin embargo, otra oportunidad de enseñar le viene encima, y parece perdido. El país necesita una reforma sanitaria y un éxito en Afganistán, y ambos esfuerzos van en la dirección equivocada. El mensaje debe ser corregido con urgencia y, con algo de introspección cruda, también el hombre.
Richard Cohen
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