Richard Cohen- Washington. Estando en el ejército y conocido entre mis amigos como «Combat Cohen,» fui incapaz de superar el hecho de que la opinión pública estadounidense fuera partidaria del elevado gasto del Pentágono a pesar del conocimiento de primera mano de los niveles sobrecogedores de derroche y malversación. Citaré, por ejemplo, el reconocido y frecuentemente atestiguado pillaje de la despensa por parte de los cocineros. Fruto de haber probado sus platos, puedo decir que robar es lo que mejor se les daba.Ahora estoy perplejo de forma parecida. Muchos, por no decir la mayoría, de los estadounidenses han tenido algún tipo de experiencia con el sistema sanitario de nuestra nación privado en su mayor parte. Pero siguen cayendo en la trampa de la táctica política que dice que nada — nada de nada — sería peor que la toma de control del sistema por parte del gobierno. Cómo podrían ser las cosas peor de lo que ya están es algo que se me escapa.
Durante los dos últimos meses, he dedicado muchas horas a acompañar a un ser querido a salas de urgencias hospitalarias — privadas todas ellas. La cantinela acerca de lo que en ocasiones se denomina medicina socializada es que si el gobierno dirigiera el sistema, las esperas serían interminables. Bien, estoy aquí para decirle que hasta cuando el gobierno no dirige el sistema, la espera puede ser interminable.
E incómoda. En un centro hospitalario no había suficiente espacio en las urgencias para dar cabida a todos los que buscaban tratamiento. Mi amiga fue desplazada de una cama — donde estaba relativamente cómoda — a una silla de ruedas en un pasillo. Allí estuvo sentada, sufriendo dolores, durante alrededor de seis horas. Algo parecido sucedió en otra sala, aunque esta vez le dieron a ocupar un catre. La espera, no obstante, fue igual de larga.
La sala de espera se ha convertido en el equivalente al médico de familia. Es a donde se acude si no tiene un médico de cabecera o a donde acude si tiene un médico de cabecera — y está haciendo una guardia o de fin de semana. También es por donde a veces tiene que pasar para ser admitido en un hospital. El personal es educado en su mayor parte, a veces maravillosamente servicial, pero la clasificación constante de los enfermos que llegan puede dejarle donde está durante horas. La sala de espera es el gran equiparador de la vida estadounidense. Todo el mundo recibe un trato miserable.
El otro día, Bill Moyers entrevistaba a Wendell Potter acerca de la sanidad y los temas relativos a ello. Potter es el ex director de comunicaciones corporativas de Cigna, la cuarta mutua más grande de la nación. Según su propia caracterización, es uno de esos ejecutivos de seguros que vuelan de reunión en reunión en aviones privados y que a duras penas bajan a la realidad para reunirse con gente real. Un día lo hizo. Fue a una clínica debía en la frontera de Virginia desde su ciudad natal en Tennessee. Esto es lo que decía a Moyers:
«Lo que vi fue a médicos dispuestos para proporcionar atención dentro de establos para animales. O habían levantado tiendas para atender a la gente… y vi gente haciendo cola. De pie en fila o sentada en estas largas colas, esperando recibir atención. La gente conducía desde Carolina del Sur y Georgia y Kentucky, Tennessee — de toda la región.»
Gracias al cielo que no tenemos medicina socializada.
En este debate acerca del papel del gobierno en la sanidad, soy un convencido por la experiencia. Además de haber sido Combat Cohen, también fui Reclamaciones Cohen cuando trabajaba en una aseguradora. Esto significa que en cuanto alguien dice algo acerca de «burócratas del gobierno,» sonrío porque en tiempos fui un burócrata privado. No son los burócratas del gobierno los que dicen que ciertos tratamientos no van a ser abonados, y no es el gobierno el que purga las listas de asegurados de enfermos y ancianos, y no es el gobierno el que gana dinero — montones de dinero — gracias a la cobertura sanitaria. Es la empresa privada.
Pero como señala Potter, la industria de los seguros pone los medios para asustar a la opinión pública con el discurso de la «medicina socializada» y «los burócratas del gobierno» y «la sanidad controlada por el gobierno.» Mi amiga tuvo que volver recientemente a urgencias porque estaba deshidratada. Su compañía aseguradora enumeraba los motivos por los que alguien podía volver y la deshidratación era uno de ellos. Aún así le negaron el pago del tratamiento. El gobierno no tuvo nada que ver con ello.
El presente debate de la sanidad es complejo por derecho propio — no es tan interesante como Michael Jackson o Sarah Palin. Pero al decidir lo que hay que hacer y a quién apoyar en la presente tentativa por reformar la sanidad, no se fíe de la propaganda de las mutuas, sino de su propia experiencia. Recuerde la última vez que fue a urgencias y pregúntese si el gobierno podría hacer de manera plausible un trabajo peor. Si la respuesta es positiva, entonces puede que usted necesite más atención médica de la que piensa.
Richard Cohen
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