Richard Cohen – Washington. Allá por los tiempos del escándalo inicial motivado por la política Clinton relativa a los homosexuales en el ejército, acudí al Pentágono a entrevistarme con el jefe del Estado Mayor. Hablamos sobre todo de la situación en los Balcanes y la presión que soportaba el Presidente Clinton para intervenir militarmente. A continuación pregunté por los homosexuales en el ejército y el militar, que era contrario, me preguntó cuál pensaba que sería la reacción si dos soldados varones se pusieran a bailar en la pista de alguna base militar. No sería distinto, respondí, a que un negro bailara con una mujer blanca en esa misma base 50 años antes más o menos. Colin Powell parecía contrariado y pensé, ingenuamente, que la política de compromiso de Clinton estaba condenada al fracaso.
Han pasado 16 años ya y la política sigue formando parte de la legislación civil. Más de 1.300 efectivos han abandonado filas por ser homosexuales desde 1993. El año pasado, 619 militares fueron expulsados, una cifra que se ha mantenido más o menos constante en los últimos años. Algunos de ellos tenían incalculable talento, como practicar un árabe fluido.
En opinión de muchos oficiales militares en activo y en la reserva, cambiar la política para permitir que gente abiertamente homosexual se aliste terminaría siendo un desastre. En una carta abierta dirigida al Presidente Obama, más de un millar de ellos argumentaban que oficiales de prestigio y personal alistado en las fuerzas armadas abandonaría sus cuerpos si los homosexuales fueran tolerados, al tiempo que padres preocupados se abstendrían de dar permiso a sus hijos o hijas para alistarse si, que Dios lo prohíba, hubiera gente abiertamente homosexual en sus pelotones. Esto son tonterías.
La sociedad estadounidense ha cambiado radicalmente durante las dos últimas décadas. A estas alturas sería ridículo que los congresistas visitaran las bases militares para calibrar la distancia entre literas — como se hacía antes. Los homosexuales han ocupado su lugar en la sociedad sin gran escándalo. Están presentes en todas partes — son tolerados o celebrados, pero raro es el sitio que no cuenta con empleados abiertamente homosexuales. Esto es un cambio refrescante.
Algunos afroamericanos retroceden ante la noción de que la homosexualidad es un derecho civil. Después de todo, nunca hubo normas y regulaciones — sustentadas con frecuencia mediante la violencia — que trataran a los homosexuales igual que los blancos con los negros. Lo que es más, en la (errónea) forma de pensar de algunos, la homosexualidad es una elección que se hace por el motivo que sea, mientras que ser negro es asunto de nacimiento. Los hechos, sin embargo, son tozudos. La homosexualidad también es una cuestión de nacimiento. Es cuestión de quiénes son — y de quién tienen todo el derecho a ser.
Los almirantes y los generales contrarios a derogar la política Clinton están desvinculados de la sociedad estadounidense. Viven en un mundo encorsetado que no ha cambiado mientras gran parte de América sí lo ha hecho. Lo que es más, ignoran o desprecian la elección de otros países. Gran Bretaña, Dinamarca e Israel, entre otras naciones, permiten que efectivos abiertamente homosexuales sirvan a la nación en sus fuerzas armadas. Podrá excusar a Gran Bretaña y Dinamarca si usted quiere, pero Israel es harina de otro costal. Su ejército no está de adorno.
La historia lo dice todo en este asunto. Fue mucho más difícil integrar a los negros en las fuerzas armadas de lo que será nunca hacer que los homosexuales salgan del armario militar. Por supuesto, habrá resistencia a alterar la política de no hacer preguntas de 1993. ¿Y qué? Es lo correcto y el ejército, de entre todas las instituciones, sabe cómo imponer disciplina. ¿Habrá incidentes? Puede apostar. ¿Se enamorará un homosexual de alguien que no lo es? De nuevo, puede apostar. Pero ¿no está pasando esto todo el tiempo entre los hombres heterosexuales y las mujeres heterosexuales? Por supuesto. Las desilusiones amorosas forman parte de la vida. Sean con el mismo sexo o con el contrario, no matan.
Barack Obama se aproxima mucho al ideal — inteligente, elocuente, atractivo, con buena planta. De lo único que carece es de un límite: ¿Qué es, exactamente, lo que considera inaceptable? Es difícil de saber. Su carrera política ha sido tan breve que aún no sabemos lo que le hace plantarse — hasta aquí y punto.
Ello tendría que ser la política de Clinton. Le saldrá caro — pero no tanto como espera. El escándalo será considerable y los locutores radiofónicos de derechas perderán los papeles con este asunto, pero las consecuencias serán menores. Cualquiera que fuera la factura, no obstante, la causa es justa. La política de no hacer preguntas es una ley que reconoce y oficializa los prejuicios y la ignorancia. Obama tendría que derogarla de inmediato.
Richard Cohen
© 2009, Washington Post Writers Group