Richard Cohen – Washington. En 1947, un magistrado británico sin ningún conocimiento en la región llegó a la India para dibujar líneas sobre un mapa. En cuestión de unas semanas, Cyril Radcliffe había amputado a la India el futuro Pakistán, ayudando a sentar las condiciones que desde entonces han terminado en tres guerras y el armamento de ambas naciones con armas nucleares. La gente pregunta qué haría América si Pakistán perdiera el control de sus cabezas. Pregunta incorrecta. Pregunte más bien qué haría la India.
Ese país dispone de hasta 100 cabezas nucleares y los misiles, así como los aviones, submarinos y vehículos de superficie, para lanzarlas. Pakistán dispone también de alrededor de 100 bombas nucleares pero carece de los extensos sistemas de envío que tiene la India. No obstante, los dos países tienen lo necesario para enviar al otro al otro barrio. También tienen el motivo. Se odian mutuamente.
Los riesgos en esta parte del mundo son dignos de considerarse porque son a la vez terroríficos y carentes de precedentes virtualmente. Pero en el Congreso, la comparación se hace con la Guerra de Vietnam. El Representante David Obey, presidente del Comité de Asignaciones de la Cámara, ha sugerido que la guerra en Afganistán y los esfuerzos por estabilizar Pakistán tienen en sí mismos un rasgo vano e indefinido. ?l quiere dar a la administración Obama un año para demostrar algún progreso — o largarse.
Otros defienden el argumento de que sólo podemos empeorar las cosas. Ante todo «no causar ningún daño,» aconseja Andrew Bacevich, un ex coronel del ejército y autor del éxito de ventas «Los límites del poder: el final del excepcionalismo estadounidense.? Es su opinión que los problemas de Afganistán y Pakistán quedan más allá de nuestro alcance, que América carece del poder y de los conocimientos para servir de mucha ayuda en esta gigantesca y compleja región. El truco, dice, reside simplemente en disponer de un plan para proteger el arsenal nuclear de Pakistán llegado el momento.
Si hay una analogía con Vietnam, podría ser ésta: la contención puede ser imposible. La guerra de Vietnam se convirtió en la guerra de Camboya y la guerra de Laos. Al final, significó un baño de sangre para toda la región. Camboya simplemente enloqueció, un horror que sigue siendo difícil entender. Lo mismo puede decirse, también, de las consecuencias imprevistas de la guerra en Afganistán. Pakistán ha sido arrastrado ahora a la lucha contra los Talibanes. El país es aún menos estable de lo que solía ser. Escuchamos una vez más el término «daños colaterales.? Esto significa que están matando a la gente equivocada.
El desafío para el Presidente Obama consiste en explicar al pueblo estadounidense porqué Afganistán y potencialmente Pakistán son dignos de las vidas de aún más americanos. Hasta el momento, Obama se ha acercado muchísimo al mensaje de que está decidido a eliminar a al-Qaeda — y más responsabilidades. Pero llega tarde y mal. Los Talibanes ya se han extendido más allá de la frontera. Algo de estructuración de la identidad nacional es lo que necesita Pakistán. Eso llevará tiempo — considerablemente más tiempo del año que Obey entre otros están dispuestos a conceder.
La historia relevante en todo esto puede no ser Vietnam en absoluto. Podría ser la Primera Guerra Mundial. El asesinato de un solo hombre provocó una reacción en cadena en la que millones perdieron la vida y que, tras una pausa, se reanudó bajo un nombre diferente: Segunda Guerra Mundial. (Todavía se escriben libros acerca de la causa de la Primera Guerra Mundial.) Ahora, sin embargo, los riesgos son mucho mayores. La región es un vecindario nuclear, una farmacia de adictos nucleares en la que Pakistán elige sumar aún más armas al arsenal en lugar de — es sólo una idea — abrir unas cuantas escuelas. La región está agitada permanentemente. La única constante es la enemistad.
Los críticos de la política de Obama en la región no se dan por aludidos fácilmente. Vietnam tiene sus moralejas; también Irak. Lo que es más, tienen su efecto acumulativo. Se ha instalado una especie de fatiga nacional. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué son siempre los estadounidenses los que tienen que arriesgar sus vidas? ¿Dónde demonios están todos los demás?
Son preguntas difíciles de responder. Pero una pregunta aún más difícil puede presentarse algún día después de una catástrofe nuclear, cuando la opinión pública exija saber por qué no se hizo nada para impedirla. La respuesta no puede ser que nuestro año de plazo casi había vencido.
Para los hindúes, los ataques terroristas de Mumbai el año pasado se parecían siniestramente al tipo de operación tierra-mar que sólo un gobierno — o una entidad estatal criminal — puede montar. Sospecharon de Pakistán, que a su vez devolvió el favor a la India al otro extremo de una línea dibujada hace mucho por un inglés. Después de una breve estancia, se volvió a casa. A nosotros nos va a costar mucho más.
Richard Cohen
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com