Ellen Goodman – Boston. No me sorprendió el relato del presidente. La reforma de la sanidad no es un tema de hojas de cálculo y listas de espera simplemente. Es un depósito de las historias personales de las que hacemos acopio en nuestros momentos difíciles familiares.En esta ocasión, el relato que contó trataba de los costes y la atención necesarios al final de la vida. Trataba de Madelyn Dunham, la abuela que falleció a falta de un día de verle convertirse en Presidente. Ya ve, la mujer llamada Toot estaba terminalmente enferma de cáncer cuando se cayó, se rompió la cadera y accedió a someterse a implantarse una prótesis. La cirugía «tuvo éxito» pero dos semanas más tarde, mientras el presidente juraba, «ya sabe, las cosas no salen como esperamos.?
Obama decía al periodista del New York Times que habría pagado la operación él mismo de ser necesario, pero a continuación planteó abiertamente si debía esperarse que la sociedad sufragara el tratamiento de cualquier otro padre o abuelo enfermo terminal. ¿Era éste «un modelo sostenible»? preguntaba el presidencial nieto, añadiendo, «Es ahí donde creo que entramos en asuntos morales muy delicados.?
Me sorprendió esto porque recordaba el anuncio que hizo Obama de la muerte de Dunham: «murió en paz mientras dormía con mi hermana a su lado.? Una imagen de la muerte diferente a la que describe una caída, una sala de urgencias, cirugía, decisiones comprometidas a las que se enfrentó su familia, al igual que tantas otras.
Pero también me sorprendió la forma en que el presidente enmarcó el tratamiento de Toot como «los asuntos morales muy delicados» que rodean al gasto sanitario?. De hecho, la gente de derechas vio este relato como la advertencia de Obama al racionamiento de la sanidad que se avecina. Pero ¿no debería haber terrenos en los últimos momentos de la vida en los que la compasión, la economía y la ética coincidan en lugar de enfrentarse?
Hay ??asuntos morales muy delicados» avecinándose. ¿Pero es éste uno de ellos? ¿Es un sistema sanitario que ofrece «todo» a todo el mundo — implantes de cadera a enfermos terminales — moralmente superior? ¿O sospechoso? ¿No podemos decidir cuándo más deja de ser más?
No voy a cuestionar las decisiones tomadas en las últimas semanas de la vida de Toot mucho más de lo que cuestiono las decisiones de mi propia familia mientras se desenvolvía la avalancha de decisiones que debíamos tomar en los últimos meses de vida de mi madre. Pero sí creo que lo que puede necesitar nuestro sistema no es más intervención, sino más conversación. En especial en torno al delicado asunto de la muerte.
Más de la cuarta parte de los dólares que se lleva el seguro por enfermedad se gastan en los últimos años de vida de los asegurados. La mayoría de la gente quiere morir «en paz» en casa, pero alrededor del 80% fallece en hospitales. De forma que gran parte de nuestro dinero acaba financiando el tipo de muerte que no queremos.
Es cierto que los incentivos financieros de nuestro sistema médico están orientados hacia la intervención, pero también están los incentivos emocionales. Los médicos forman parte de la profesión del alivio, entrenados para escribir «esperanza» en cada talonario de recetas. Estos profesionales son con frecuencia incómodos aficionados en el asunto de hablar de su «fracaso»: la muerte.
En cuanto al resto de nosotros, ¿cuántas familias han celebrado realmente «la charla,» algo tan temido como «la charla» sobre sexo? ¿Cuántos evitan como pueden las preguntas en torno a la muerte, padres nada deseosos de entristecer a sus hijos, hijos nada deseosos de entristecer a los padres? Como si los dos no estuviéramos en el mismo barco juntos.
He conocido a expertos capaces de hablar en público de este asunto, pero no con sus madres. Nadie es inmune a la negación — ni siquiera la antropóloga Margaret Mead, que predicaba la necesidad de tener una conversación franca en torno a la muerte. Cuando le tocó el turno y se presentó su hija, Mead le dijo que no estaba muriendo, que le quedaba mucho por hacer.
Como consecuencia del caso de Terri Schiavo, la «voluntad» se convirtió en el documento común. En las páginas web a estas alturas, «Los cinco deseos» se bajan como eslóganes familiares que van más allá del «desenchufar la máquina.? Pero la negación sigue siendo aún la posición por defecto. Y puede que la posición destructiva.
Resulta que la conversación en torno a los últimos momentos de la vida entre médico y paciente no produce miedo ni depresión. Estudios recientes demuestran que estas conversaciones redundan en un tratamiento menos agresivo, menor tensión, mejor calidad de vida para los pacientes desahuciados y comodidad para aquellos que lamentan su pérdida.
Si esto es racionar, yo lo llamo ser racional.
Madelyn Dunham falleció «en paz.? Pero «los asuntos morales muy delicados» empotrados en esta historia se reducen a uno simple: una sanidad más cara no es necesariamente una sanidad mejor. Hacer todo lo posible hasta el último momento puede ser lo erróneo. Los momentos finales de la vida son un terreno en el que ética y economía todavía pueden entrelazarse en un solo hilo de humanidad.
Ellen Goodman
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