Richard Cohen -Washington. Conforme se acerque el momento de que el Presidente Obama elija un sucesor para ocupar el puesto del Juez David Souter, el término ??prueba decisiva? se escuchará hasta en la sopa. La Casa Blanca negará aplicar nada parecido, pero sin duda el candidato será elegido en función de su opinión del aborto, los sindicatos y los demás asuntos que encandilan a los progresistas. Por mi parte esto está bien, pero lo que quiero saber es lo que piensa de Frank Ricci. Es bombero.
También es el principal demandante en un caso elevado recientemente ante el Tribunal Supremo. Fue la desgracia de Ricci presentarse — y aprobar — el examen de ascenso a teniente del cuerpo de bomberos en New Haven, Conn., y a continuación serle negado el ascenso porque es blanco. Otros argumentarán — sin ninguna base y, cuando se presenten ante San Pedro, mirarán al suelo avergonzados — que la raza no tiene nada que ver con lo que le sucedió a Ricci, pero la realidad sigue siendo que si hubiera sido negro, su uniforme ya tendría la enseña de teniente.
También es la desgracia de Ricci ser disléxico. Esto significa que tuvo que estudiar poniendo especial ahínco y dedicando un tiempo extraordinario al examen, hasta 13 horas diarias. Abandonó un segundo puesto de trabajo y pagó más de 1.000 dólares a un conocido para que leyera y grabara los libros recomendados. Al final, los esfuerzos de Ricci dieron su fruto. Entre los 77 candidatos a ocho plazas, obtuvo la sexta nota más elevada.
Lamentablemente, ninguno de los aprobados era negro. Esto es una pena, pero en realidad no es culpa de Ricci. En sus 11 años como bombero, nada de lo que se tenga constancia sugiere que hiciera nada por poner obstáculos al progreso de los negros o los hispanos, de forma que no está claro por qué le debe ser negado el ascenso. La respuesta, como sabemos todos, es que el individuo no cuenta en absoluto en estos asuntos — es el colectivo lo que cuenta por encima de todo.
Ricci es blanco y blancos no era lo que buscaba New Haven realmente. El consistorio rechazó de plano todos los resultados de los exámenes y, en un ejemplo perverso de igualdad, no ascendió a ninguno. Anunció que puesto que nadie había sido ascendido, nadie tenía nada de lo que quejarse — ni siquiera Ricci, que extrañamente había pensado que el trabajo duro al final se ve recompensado. No puede ser una muestra de progreso que haya sido igual de timado que algunos negros del pasado, a los que de forma parecida se impedía el progreso. La raza era el 100 por ciento de su examen.
Nunca debemos confundir lo injusto con lo ilegal. Aún así sería agradable que por una vez coincidieran. Este es especialmente el caso en asuntos parecidos a éste porque la excusa de la discriminación positiva se vuelve cada vez más débil. Puede que en tiempos fuera posible defender la idea de que algunos inocentes tenían que sufrir en aras del progreso, pero un simple vistazo a la Casa Blanca sugiere claramente que las cosas han cambiado. Para la mayor parte de los estadounidenses, la raza ha pasado a ser supinamente irrelevante. Todo el mundo lo sabe. Todas las encuestas lo demuestran. Tal vez el Supremo lo reconozca.
El progresismo, un movimiento del que tengo una titularidad condicional, haría bien en ponerse a bien con lo que ha sucedido. La discriminación positiva flagrante siempre entrañó un cambio preocupante ex post-facto de las normas — vaya por Dios, eres blanco. Lo sentimos, no es lo que queremos. Como consecuencia, no era a los racistas a los que se castigaba, sino a todos los blancos. Ya no hay necesidad de aferrarse a un remedio así. Es más necesario que nunca, no obstante, respetar y consolidar las leyes contra la discriminación, en especial en terrenos como los cuerpos de bomberos, en donde la discriminación racial fue en tiempos endémica. Se ha realizado el progreso suficiente para volver a tratar como individuos a los individuos. Después de todo, no es una entidad amorfa llamada «los blancos» los que pagan las consecuencias: es un no-teniente Ricci.
Bill Clinton intentó cuadrar el círculo de la discriminación positiva en su discurso «Arreglarlo, no rematarlo» de 1995. Fue un discurso conmovedor y elocuente en el que rememoró la historia de su región, recordándonos la profundidad y la ferocidad del racismo en el Sur y en todas partes. El problema radica en que el caso de New Haven demuestra que la discriminación positiva no fue arreglada en absoluto. Sigue siendo noble en sus fines, atroz en sus medios y ahora proporciona a Obama la oportunidad de utilizar su propia historia familiar — su propia historia simplemente — para ilustrar el motivo de que deba ser abandonada.
Ricci no es simplemente un caso legal, sino un hombre al que se ha privado de la búsqueda de la felicidad con la justificación de la raza. El candidato al Tribunal Supremo que proponga Obama tendría que ser capaz de mirar a los ojos al bombero de New Haven y decirle si ha sido tratado con justicia o no. Ahí tiene la prueba decisiva que busca.
Richard Cohen
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