Eugene Robinson-Washington . Ya no es posible escatimar palabras, o simular que no lo sabíamos. El Comité Internacional de la Cruz Roja concluía en un informe secreto que los llamados métodos «mejorados» de interrogatorio de la administración Bush, utilizados en sospechosos de terrorismo «de valor elevado,» eran simplemente constitutivos de tortura. El tiempo de los eufemismos ha pasado y ha llegado el momento de la transparencia.
El informe de Cruz Roja -publicado esta semana íntegramente por primera vez por The New York Review of Books- es un sorprendente compendio de las formas en que la administración Bush vulneró nuestras leyes, tradiciones e ideales. Me doy cuenta de que muchos estadounidenses, teniendo en cuenta el alcance de la crisis económica y las ambiciones de la nueva administración, preferirán mirar adelante antes que mirar al pasado. El asunto de la tortura, no obstante, es demasiado infame para dejarlo cerrado en falso.
Después de años de negarse a dar explicaciones valiéndose del interés de la información, la administración Bush autorizaba en octubre de 2006 a la Cruz Roja a entrevistar a 14 detenidos en Guantánamo que previamente habían sido confinados e interrogados en cárceles secretas de la CIA. Entre ellos hay varios hombres que es casi seguro que jugaron papeles cruciales en la planificación y ejecución de los ataques terroristas perpetrados el 11 de septiembre de 2001, incluyendo a Khalid Sheik Mohammed y Ramzi Binalshib. Otros, como Abú Zubaydah, parecen ahora no haber estado tan implicados en los ataques como se pensaba con anterioridad.
Los 14 hombres relataron versiones notablemente parecidas. Tras ser detenidos — ya fuera en Pakistán, Dubai, Tailandia o Djibouti — se les vendaron los ojos, fueron esposados y llevados en avión a un centro de interrogatorio que todos ellos identificaron como dentro de Afganistán. Probablemente se tratara de las instalaciones de la base aérea estadounidense de Bagram, cerca de Kabúl. 12 de los 14 dijeron haber sido torturados.
Tres de los detenidos relatan haber sido sometidos a asfixia por ahogamiento — la tortura conocida como waterboarding. El relato de la experiencia de Abú Zubaydah es citado ampliamente en el informe: «Fui colocado en lo que parecía una cama de hospital y atado con correas firmemente. Un pañuelo negro fue entonces extendido sobre mi cara y los interrogadores utilizaron una botella de agua mineral para verter agua en el pañuelo de forma que no pudiera respirar. Tras algunos minutos el pañuelo era retirado y la cama era rotada en una posición vertical. La presión de las correas me causaba un dolor agudo. Vomitaba. La cama era entonces llevada a una posición horizontal y se desarrollaba la misma tortura.?
Diez de los detenidos dijeron haber sido obligados a mantener de manera prolongada posturas dolorosas durante días, con sus manos encadenadas a una barra sobre sus cabezas. Si usted no cree que sea tortura, haga la prueba – y averigüe si dura más de cinco minutos. Un detenido, Walid Bin Attash, tenía una pierna ortopédica, que decía sus carceleros de la CIA retiraban en ocasiones para hacer más agónica «la tensión de la postura.»
Nueve de los hombres dijeron haber sido objeto de palizas diarias durante las primeras semanas de su detención. Abú Zubaydah decía que en ocasiones era confinado durante largos periodos en jaulas diseñadas para limitar sus movimientos — una de ellas alta y estrecha, la otra tan menuda que sólo podía reclinarse en una postura improvisada y dolorosa.
Según el informe, algunas de las torturas fueron incitadas y fomentadas por «el personal sanitario» que los detenidos están seguros eran médicos y psicólogos.
Esto es una barbaridad cubierta con una delgada capa de burocracia. Mohammed decía a la Cruz Roja que antes de ser interrogado por ahogamiento, uno de sus carceleros de la CIA presumía de haber recibido «luz verde de Washington» para hacer pasar «un mal rato» al prisionero. ¿Quién, exactamente, dentro de la cadena de mando dio la orden de torturar?
¿Quién es el «personal sanitario» que supervisó las sesiones de asfixia y las torturas «posturales», sugiriendo a cada rato un descanso o la reanudación de la agonía? ¿Quiénes son los torturadores de la CIA? ¿Quiénes son los oficiales de las Fuerzas Aéreas que habiendo desaprobado lo que estaba haciendo la CIA no tomaron medidas para impedirlo?
Vengo pensando desde hace tiempo que necesitamos con urgencia llevar a cabo una investigación integral de las transgresiones legales y morales de la administración Bush. Ahora estoy convencido de que algún tipo de proceso tipo «comisión de la verdad» no es suficiente. La tortura -hasta en el caso de la tortura de hombres perversos- es un delito. No sólo merece que se conozca, debe ser castigada.
Desde George W. Bush para abajo, los miembros de la administración decidieron aprobar, cometer o tolerar la práctica de la tortura. Se tomaron muchas molestias para camuflar esta vil empresa con excusas y justificaciones, pero sabían que estaba mal. Nosotros también lo sabemos.
Eugene Robinson
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