Eugene Robinson – Washington. No han pasado aún tres meses desde la histórica investidura del Presidente Obama, y ya se tiende a olvidar que el primer presidente negro de los Estados Unidos es, de hecho, negro. Puede que haya esperanza para nosotros después de todo.
En la cacofonía de comentarios acerca del presidente -es un soplo de aire fresco, es demasiado progre, es demasiado moderado, está siendo demasiado generoso con los bancos, es una especie de socialista encubierto, está restaurando la grandeza de la nación, nos conduce a la perdición- es sorprendente lo poco que es mencionada la raza como un asunto o como un rasgo siquiera. Eso no es sino natural, puesto que a duras penas la raza podría ser más irrelevante de cara a la multitud de problemas de urgente solución con los que a diario se enfrenta Obama. Contemplándole en acción, mientras da la patada al consejero delegado de General Motors o conversa informalmente con la Reina Isabel en el Palacio de Buckingham, somos testigos de la demostración cotidiana de la irrelevancia de la raza. Y eso, potencialmente, es la definición de transformador.
Eric Holder, nuestro primer fiscal general afroamericano, tocaba una fibra sensible hace unas semanas cuando decía que somos «esencialmente una nación de cobardes» a causa de nuestra vacilación a la hora de hablar con franqueza entre nosotros sobre la raza. Menos atención recibía el resto de su discurso, en el que celebraba los considerables progresos que hemos hecho en materia racial, pero también lamentaba la forma en que tendemos a segregarnos en nuestra vida privada. ??Teniendo en cuenta todo lo que hemos sufrido como nación durante la lucha de los derechos civiles,» decía, «me es difícil aceptar que el resultado de esos esfuerzos consistió en dar lugar a una América que es más próspera, más racialmente consciente y aún así socialmente segregada de manera voluntaria.?
Holder daba en el clavo en su llamamiento a un diálogo integral y franco en torno a la raza en este país, y me encantaría poder estar seguro de que algo parecido podría tener lugar de verdad. Dudo que suceda, no obstante. La gente que se siente cómoda hablando de la raza no necesita el estímulo, y aquellos que sienten amenazados por la materia encuentran formas de esquivarla. Nuestras cabeceras más importantes dan lugar con regularidad a exámenes de longitud épica del asunto de la raza que son meticulosamente difundidos, están brillantemente redactados y son presentados maravillosamente. Habiendo estado implicado en unos cuantos de estos proyectos, me enorgullezco de ellos. Pero la verdad es que son más admirados que leídos.
Yo diría, no obstante, que la decisión del miércoles por parte de Holder de anular la imputación chapucera del ex Senador Ted Stevens bajo cargos de corrupción tuvo un impacto real sobre el diálogo racial que tiene lugar dentro de nuestra cabeza. Holder repasaba los antecedentes de errores de la fiscalía y conductas cuestionables y adoptaba una medida tajante y decisiva. En un tema que no guardaba ninguna relación con la raza, un negro ocupaba el cargo de mayor responsabilidad al respecto.
Ese es el tipo de estampa que Obama y su familia proporcionan a diario. A menudo la historia es relatada mediante imágenes en lugar de palabras. Cuando vemos Obama y su esposa e hijas abordar el Marine One, el helicóptero presidencial, para desplazarse a Camp David, estamos viendo una primera familia diferente a cualquier otra. Cuando vemos a Obama conversando formalmente con el Presidente ruso Dmitry Medvedev con el fin de abrir una nueva ronda de conversaciones sobre reducción de arsenales nucleares, vemos a un negro que ocupa el puesto de líder del mundo libre. Cuando vemos a otros jefes de estado tratando a Obama con la deferencia que se reserva a los Presidentes de los Estados Unidos, como vimos en la cumbre económica de Londres esta semana, vemos viejas premisas y prejuicios que son desmentidos.
Obviamente, la historia recordará el innovador logro aportado por Obama como nuestro primer presidente negro. Pero no es así como será juzgado. Las generaciones venideras juzgarán su presidencia no según lo grande de su impacto simbólico, sino según el éxito que tenga Obama en la gestión de la peor crisis económica desde la Gran Depresión -y, aún más importante quizá, según su éxito o su fracaso a la hora de encarrilar a la nación en un nuevo rumbo más progresista a través de sus iniciativas en sanidad, energía y educación. Este es un presidente que no tiene ningún interés en presidir simplemente. Pretende liderar.
No le queda otra, teniendo en cuenta las circunstancias que hereda. La industria automovilística ha de ser reestructurada. Los bancos han de ser inducidos, u obligados, a empezar a prestar de nuevo. Los norcoreanos amenazaron con lanzar un proyectil balístico de largo alcance. Pakistán es atacado desde dentro. Nadie dispone de tiempo para simbolismos.
Nos centramos en la capacidad de Obama, no en su color. Al hacerlo, somos una nación mejor.
Eugene Robinson
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