Richard Cohen – Washington. Lo que necesita Jon Stewart es a Jon Stewart. Podría utilizar a un cómico gracioso para templar su ferocidad y corregirle cuando se equivoca, como se equivocó con los medios financieros, particularmente la CNBC y su excitable analista Jim Cramer. No censuraron la noticia de los trucos financieros. Ni siquiera conocían su existencia.
Como prueba, puedo dar algunos nombres. Empecemos por Maurice ??Hank? Greenberg, quien fuera accesorio en la construcción de la que hoy probablemente sea la corporación más vilipendiada del mundo, AIG. Dimitió como presidente y consejero delegado en 2005, pero sigue siendo lógico asumir que pocas personas conocían mejor la compañía que Greenberg. Conservó gran parte de sus ingresos en acciones de AIG. Ahora ha perdido gran parte de ellos.
O por ejemplo Richard Fuld. El expresidente de Lehman Brothers, que, como sabemos, ya no existe. Perdió cerca de 1.000 millones de dólares.
O por ejemplo el expresidente de Citigroup, Sanford Weill. Perdió cerca de 500 millones.
O por ejemplo toda la buena gente de Bear Stearns, la compañía a la que Cramer adoraba casi hasta el amargo final. Se hundieron con el valor de sus acciones.
Si esta gente conservó su dinero invertido en estas compañías -gigantes financieros y aseguradores que ellos construyeron y que conocían íntimamente- entonces ¿cómo iba a saber Jim Cramer por lo menos que las empresas eran fundamentalmente fachada?
Le daré otro nombre: Richard Cohen. El que firma esta columna tenía parte de sus ahorros de la jubilación laboriosamente ganados (extremadamente) en acciones de AIG. Esto se debió a que yo era un inversor cauto, y ¿qué podía ser más seguro que el gigante asegurador? ¿Quién iba a decir que en un lejano Londres, una división de negocios de AIG estaba haciendo el tonto con cosas que virtualmente arruinaron a la compañía entera? Mi asesor no. Ni yo. Ni siquiera Greenberg.
Volvamos ahora a Stewart. El grueso de su acusación es que la prensa salmón, la CNBC y Cramer en particular, supo todo el tiempo que estaba sucediendo esto y, en la práctica, mantuvo el engaño por la industria. ??Mire, usted sabía lo que hacían los banqueros, y aún así estuvo meses y meses buscando clientes,» decía a Cramer en lo que probablemente sea el enfrentamiento más celebrado desde que los Earp y Doc Holliday se encontraran a los Clanton y los demás en el famoso duelo entre vaqueros de 1881.
Tanto el Washington Post como el New York Times cubrieron la aparición de Cramer en el programa de Stewart y también lo hizo el augusto Financial Times, en portada nada menos. El problema fue que, casi instantáneamente, Cramer sufrió un caso clásico de síndrome de Estocolmo, conviniendo la mayor parte del tiempo con su secuestrador. Llegó con las mangas subidas pero con los ojos lánguidos del cachorro al que se ha regañado. Admitió que en realidad fue, de verdad, un actor. ¡No!
La aclamada visita al programa de Stewart para criticar a Cramer significa algo. Para empezar -y a modo de concesión menor- tiene parte de razón. La CNBC ha servido con frecuencia de animadora del momento -exultante cuando el mercado subía, pesimista cuando bajaba. Esto sucede con la prensa económica en general.
Pero el papel que jugaron Cramer y los demás periodistas financieros fue fortuito. No había gran cosa que pudieran hacer de todas formas. Carecen de competencia judicial para citar. No pueden presentarse en AIG y exigir el libro de cuentas, e incluso si pudieran, no hubieran sabido interpretar lo que tenían delante. Los instrumentos financieros que las firmas de Wall Street estaban adquiriendo y comercializando a la vez son el equivalente financiero de la física de partículas. Hasta la fecha, nadie conoce su valor exacto.
No se necesita de la televisión por cable para generar una burbuja. La CNBC no desempeñó ningún papel en la creación de la burbuja holandesa que arrasaba, según recuerdo, en 1637, ni en la Gran Depresión de 1929-41. Es el ánimo de la época lo que provoca esto -la versión psicológica de la inercia: la creencia en que lo que está sucediendo va a seguir sucediendo.
También Stewart comparte el ánimo. Se ha levantado la veda de los chivos expiatorios y los culpables, y Stewart ha servido el cliché en bandeja: los medios de comunicación. Al igual que con la guerra de Irak, de la que la prensa crédula tuvo parte de responsabilidad, los pecados son exagerados. Otra cosa sería que los titanes de Wall Street estuvieran vendiendo los títulos de su empresa a manos llenas y la prensa no informara de ello, pero cuando alguien invierte su dinero en lo que dice, se presta atención. Los peces gordos picaron.
Stewart desempeña un papel valioso. ?l imita a la autoridad, lo que es bueno, y ridiculiza a aquellos que, como los medios, se fían de la palabra de la autoridad como si, bueno, tuviera alguna autoridad. Pero dada la desproporcionada acogida de su injusto ataque verbal a la prensa salmón, tendría que dirigir su ingenio al espejo: bufón, ridiculízate.
Richard Cohen.
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