Ellen Goodman – Boston. No soy de esas personas que busca animadamente el resquicio de esperanza cuando todo parece ir de mal en peor. De forma que me siento vagamente repelida por todos esos vivos artículos predicando que no hay mal que por bien económico no venga.
Ya sabe a cuáles me refiero. Su casa puede estar esperando la orden de desahucio, pero oye, en estos tiempos hay menos correo basura. Se ha quedado en el paro pero el negocio de la reparación de calzado va viento en popa. No se puede permitir comer en un restaurante pero llevará un estilo de vida más sano al comer en casa y hacer largas caminatas. Su plan de ahorro para la jubilación puede atravesar horas bajas, pero Match.com está prosperando y con él la posibilidad de enamorarse, por supuesto pagando a escote.
Estas sandeces pelmas acerca de las virtudes de una economía desastrosa son casi tan sensibleras como las letras originales de Buddy DeSylva en 1920 diciéndonos que miremos el lado positivo: ??Recuerde que en alguna parte, el sol brilla.? No te fastidia.
Sin embargo, me encuentro precisamente la parte más positiva -bueno, alentadora- cuando pienso en el efecto del desastre de Wall Street sobre un colectivo: los universitarios identificados, sin ironías, como lo mejor de cada casa.
Durante el período de prosperidad, una cifra desproporcionada de estudiantes formados en humanidades y acreditados en universidades de élite acababa orientando su educación hacia Wall Street con el objetivo de convertirse en amos del universo. En 2007, una encuesta de licenciatura en Harvard concluía que el 58% de los estudiantes y el 43% de las estudiantes se iban a dedicar a la consultoría y las finanzas.
Esto indujo cierta meditación académica. El año pasado, el educador Howard Gardner planteaba, «¿Se están convirtiendo las facultades de las ocho antiguas en simples mecanismos de selección de Wall Street?? William Deresiewicz, en Yale entonces, escribía que los estudiantes de élite son alérgicos a correr riesgos y que las universidades «les despejaban el camino» a Wall Street: «La universidad de humanidades se está convirtiendo en la universidad corporativa.? Barack Obama, a estos efectos, decía a la apertura del curso Wesleyano que este camino «evidencia la pobreza de ambiciones.?
Resulta que los propios estudiantes también dudaban de lo que estaban haciendo. Como decía la presidenta de Harvard Drew Faust en su discurso de junio ante la promoción de 2008, repetidamente le preguntaban, «¿Por qué tantos de nosotros acabamos en Wall Street?? – a la vez incluso que adquirían sus billetes Boston-Nueva York. Las respuestas incluían una «horda» de reclutadores, las promesas de las luces de la gran ciudad, la competencia, el prestigio- y ¿he mencionado el dinero?
Faust animaba a los estudiantes a intentar dedicarse a lo que les gustara. ??Si no buscáis lo que pensáis que será lo más importante, lo vais a lamentar. La vida es larga. Siempre hay tiempo para seguir el plan alternativo. Pero no se empieza por él.?
Hoy la situación económica podría triunfar donde las exhortaciones fracasaron. La horda de reclutadores ya no es tan amenazante en la actualidad. Como me decía un amigo joven, «ya no es tan fácil tener éxito con sólo desearlo.?
La seguridad tampoco es igual de atractiva. JPMorgan fue en tiempos el cupón de lotería premiado, ahora parece un billete para el Titanic. ¿Y el prestigio? ¿Es que nadie vio a esos amos del universo confrontando al Congreso la semana pasada? La venta de la mantequilla de cacahuete es un empleo más respetado.
No sabemos exactamente cómo afectará el derrumbe financiero a los estudiantes de estos centros de élite. Muchos van a deseárselas para amortizar los préstamos estudiantiles. Más se están matriculando en diplomaturas. Pero podríamos ver a muchos explorando y eligiendo su propio camino.
Estos estudiantes son un grupo competitivo. Pero en esta economía, estar al nivel de los Jones del colegio mayor no es lo mismo. Cuando contrasté de nuevo con Faust, ella lo decía de manera irónica, «Hay libertad para escoger el sector en el que desea ser parado.? ¿Quién quiere estudiar poesía?
Si libertad es simplemente otra palabra para referirse a que no hay ningún empleo de altos vuelos más que perder, ello abre la puerta a correr riesgos. Y – ¿me atreveré a decirlo? – al idealismo.
Dejaré los aspectos positivos a Faust. ??Cuando me licencié,» dice, «tuve una idea mucho más nítida de los caminos que podía seguir y no sentí tanto la presión de ganar dinero. Los estudiantes que me encontraba acusaban mucha más presión y mucha menos libertad. Quizá eso se haya aliviado.
??Si es posible en virtud del conjunto de circunstancias que sea que los estudiantes persigan sus sueños y que tengan ideales que seguir, si existe un margen en el que la presión desaparece, para ellos va a ser una experiencia fabulosa.?
De forma que el aspecto positivo más o menos, de alguna índole, podría ser una generación que no se pierde, sino que se rescata. Y dicho eso vuelvo a nuestra programación usual. Mira, mira, la que se nos viene encima.
Ellen Goodman
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com