Israel ha vuelto a atacar – y ya van cuatro- un edificio de Naciones Unidas en Gaza. Esta vez era una escuela. Han muerto seis personas, entre ellas una madre y su hijo pequeño. Catorce palestinos más han resultado heridos.
Un fotógrafo amigo me escribe desde Gaza: ??Acabo de fotografiar el cadáver de una madre y de sus cinco niños, muertos en su casa por un misil israelí?.
Un médico palestino que estos días aparecía en las televisiones internacionales describiendo la difícil situación que atraviesan los hospitales de Gaza acaba de perder a sus tres hijas, atacadas por la munición israelí.
Es evidente que Israel desea mostrar al mundo la impunidad con la que puede actuar. A estas alturas ya nadie puede dudar de que hace y deshace a su antojo, con el beneplácito de Washington.
Ahora el gobierno israelí estudia un alto el fuego unilateral, lo que demuestra que aquí el único que decide cuándo comienza algo y cuándo termina, es él, Israel. Tel Aviv no estaba esperando respuesta alguna de Hamás. En breve presentará su alto el fuego, que solo depende de su voluntad. Si hubiera querido lo habría presentado hace una semana, o hace dos. Se habría salvado la vida de quinientos palestinos, o de seiscientos.
Pero Israel quería dejar bien claro que tiene mano dura. Ha optado una vez más por el lenguaje bélico, por la masacre, por la perpetuación de la guerra, por la ausencia de diálogo.
El bombardeo de hoy se produce tan solo dos días después del ataque israelí contra un refugio de la ONU en Gaza, repleto de ayuda humanitaria -alimentos, medicinas- que ardió durante horas (mientras Ban Ki Moon estaba de visita en el país). Esa ayuda humanitaria la envió la comunidad internacional, es decir, nosotros. Pero los dirigentes occidentales siguen midiendo sus palabras y no se atreven a ofenderse.
Una gran mayoría de los estadistas estadounidenses y europeos está dispuesta a fingir y a participar en la danza del cinismo diplomático, en la que llevarse las manos a la cabeza o mostrar públicamente indignación sería políticamente incorrecto y se consideraría, erróneamente, ineficaz.
Y así van pasando los días y van aumentando los muertos.
Ningún país de la UE ha presentado una propuesta para llamar a consultas a los embajadores israelíes, para cortar relaciones comerciales con Tel Aviv, o, como ha pedido Turquía, aliado de Estados Unidos, para expulsar a Israel de la ONU, una propuesta que no debería herir la susceptibilidad de nadie, teniendo en cuenta que no han sido una, ni dos, ni tres, sino cuatro, las veces que los aviones israelíes han atacado las sedes del organismo internacional en Gaza. No creo que a Israel le importara mucho dejar de estar presente en un organismo al que, evidentemente, desprecia.
Flaco favor se le está haciendo a Israel al permitirle matar niños, civiles, periodistas, médicos, mujeres. Tanto Tel Aviv como todos sus aliados han perdido toda autoridad moral para poder exigir en el futuro que se cumplan las leyes internacionales que ellos pisotean.
¿Con qué derecho pediremos a nuestros enemigos que no ataquen nuestros hospitales, nuestros centros de prensa, las sedes de nuestras ong´s, a nuestros civiles, a nuestros niños? Con ninguno. He aquí los valores del mundo que nuestros dirigentes han elegido. He aquí los códigos que priman en este nuevo siglo.