La vida era dulce para nosotras en aquel tiempo, y se limitaba a dejarnos llevar por las decisiones de los adultos, excepto en raras ocasiones. ??In illo tempore?, los otros dos hermanos mayores no tenían aún presencia activa en nuestro mundo, y supongo que para ellos solo éramos dos pequeñas intrusas que, de momento, no molestaban mucho. Las feroces batallas, en las que los tenedores y vasos llenos de agua volaban, empezaron unos años después cuando parece ser que formamos un estrecho bando contra «los mandones».
Todavía, la palabra ??colegio? no tenía estructura definida, y las regañinas solo caían cuando hacíamos algo políticamente incorrecto.Y aquella tarde sucedió…
Fue en una de aquellas veladas en que nuestra progenitora reunía en casa a mis tías y a dos amigas muy singulares: las hermanas O. En esa época vivía con nosotros la madre de mi madre, ??la abuelita Manolita?. Así la llamábamos, y no pienso variar ni un ápice de la realidad en aras de una mejor literatura, porque además era una auténtica ??abuelita?, y la palabra abuela sería desfigurar a un personaje al que le debo no un capítulo aparte sino una enciclopedia entera. Fue y será siempre un ser imprescindible en mi vida, aunque yo solo tuviera seis años cuando tomó la decisión unilateral de pasar el resto de mi conciencia en un balneario entre nubes. Era ??aragonesa aragonesa? y como tal le caracterizaba un sentido del humor socarrón y divertido pero no siempre discreto, que tenía la costumbre de ponerle sobrenombre a todo ser viviente, y a las pobres hermanas O. les había caído el de ??chicherícas?. No me consta que fueran habituales del tarro ¡en serio que no me consta! (quizá pueda averiguar eso…), pero fuera como fuere es de imaginar que el apodo formaba parte del secretismo familiar. Ignoro que clase de cable se nos cruzaría a las dos cabecitas, que imagino aburridas por la inactividad aquella tarde -seguramente lluviosa en la que estábamos en casa en vez de en El Retiro, merendando pan con chocolate- pero nos veo perfectamente, escondidas detrás de un sillón de orejas, que a mí me parecía enorme, chillando a coro: ¡¡chicherícas, chicherícas?!! ¿Importa el código que se nos aplicó…? Realmente no, y además ya es imposible de averiguar. En cualquier caso lo que sí sé, es que jamás volvimos a repetir la jugada. ¡ Y nosotras que pensábamos que aquel sillón era ??la muralla de Berlín…!
La barra de hielo transparente, goteando lágrimas a través de la bolsa, que diariamente se traía para la nevera; el olor de los enormes ramilletes de perejil, y el rojo picante de los rabanitos que parecían caritas vivas, así como el color dorado del patio a la hora en que llegaba la compra diaria, y nosotras dos recogiendo en la cocina lo que buenamente conseguíamos para jugar a ??las cocinitas?, junto con las regañinas que como consecuencia nos caían por poner nuestro cuarto perdido con las viandas obtenidas, son golpes de flash que me siguen transportando con absoluta claridad a un tiempo totalmente feliz.
De entonces recuerdo muy bien los paseos con mi padre. Cada una agarrada a aquella mano suave, morena y grande, que nos llevaba indefectiblemente ??a ver las moscas?, del escaparate de la tienda de comestibles ??Olmedo? en la calle Lista ( ahora Ortega y Gasset); los peces vivos de «Porcelanas Bidasoa», y el loro de «Gastón y Daniela», pasando por la pastelería «Villa Versalles» donde vendían unos zapatitos de azúcar que nos volvían locas. Era la ruta habitual, que terminaba en el estanco de Velázquez, donde comprábamos ?? Picadura Selecta? y boquillas para los cigarros que más tarde se hacía él mismo con una máquina de emboquillar, para guardarlos después en una caja de madera y cuero (todavía conserva el olor de aquel tabaco) Con el tiempo, aquella función pasaría a nosotras por el módico precio de un duro, y que solo haríamos por interés mercantil dado que resultaba aburridísima.
La mano de mi padre ha seguido sujetándome, desde el horizonte infinito, en muchas ocasiones en que la vida me ha dado una bofetada de las suyas. Y esa mano firme, tan viva como aquellos días, supone el gran soporte al que todavía me aferro como un salvavidas, cuando me tambaleo.
Está claro que, los pollos vivos de Navidad deberán esperar un poco….
«Así es, si así os parece», decía Pirandello