No soy contestataria por sistema, pero mi mapa interior de isobaras presenta generalmente altibajos de presión, que para mí significan nubosidad variable. Quizá por esto últimamente, y debido al cambio climático (digo yo que será…) ando frecuentemente con un paraguas de quita y pon. Y no llevo un pararrayos portátil en la cabeza, porque podría parecerme al profesor Franz de Copenhague de ??Grandes Inventos Prácticos? del TBO. No se si esta inestabilidad significa que sigo viva y con criterio, pero lo que sí es cierto es que me estoy viendo obligada a cuidar de mi equilibrio más de lo acostumbrado, pastando en los campos de mi tierra, o remojándome las escamas faltas de agua por los edificios que lo absorben todo. Por ese motivo, y más que nunca, el alto en el camino de los tiempos de Pascua me ha venido bien, muy bien.
El escenario elegido para equilibrarme de tanta ida y venida, ha sido el ??casi? habitual en estos casos: El Maestrazgo.
?ltimamente había notado cierto rencor en ??las Presencias? (recuerdos queridos, de aquellos que habitaron la casa de mi familia y que este invierno debido al frío me habían visto pasar infielmente, de largo por el portón) Ellos, como son fantasmas, no sienten los rigores invernales, pero yo criaturita humana tuve que venderme al mejor postor, o sea a una calefacción turolense de gas. Sin embargo los primeros soles de la primavera y esta semana larga de vacaciones nos han brindado la oportunidad de limar las asperezas que había entre ??mis Otros? y yo…. La leña encendida, el solecito de marzo, y entrañables amigos abrigándome…, han ayudado a ello.
Aunque los caminos son los mismos, las sensaciones allí se renuevan constantemente, cambiando la luz; el verde de los montes; el agua esmeralda; Incluso el sonido de los tambores, y de la jota ( » si no me lo das, no me lo des ¡Ya me lo darás…!»)
Hablando de tambores, por primera vez en veinticinco años quise experimentar algo que me rondaba desde hace tiempo, pero que ??el vicio? me impedía siempre: Sentir el silencio en las venas, sin la adrenalina contenida por el temblor de los palillos, en la espera inmediata a la ??rompida?. Y así lo hice, y lloré… Lloré al vivir una inmensidad nueva muy superior a lo eterno, desconocida para mí. Rompí la hora, tocando en Alcorisa la noche de Jueves Santo, pero a Calanda, el mediodía del Viernes, fui con las manos vacías, y se me llenó tanto el corazón que a punto estuve de ahogarme ¡Qué ??exagerosa? soy… !
Ya de vuelta, ¡ E la Nave va!
(Así me escribe Il Dolce, siete veces: ??Te escribo con la izquierda, encima de la derecha tengo al gatazo de esta casa? ¿Habrán sido 7 por aquello de las vidas gatunas…? )