Pase privado, en casita, de la película del director Jaime Rosales, «La Soledad». Sus tres Goya al mejor director, mejor película, y actor revelación, son demasiados para su cuerpo serrano de celuloide.
No exenta de interés se queda corta, muy corta, en la interpretación de Sonia Almarcha, a la que le falta lo que le sobra a Belén Rueda en «El Orfanato»: adolece de falta de credibilidad en los momentos dramáticos, de lo que Belén abusa indiscriminadamente (por eso ninguna de las dos fueron premiadas. Claro que, visto lo visto…, se hubiera podido esperar cualquier cosa)
Los planos, eternos, te transportan más a una galería de fotografías que a un escenario en acción, por lo que cualquier situación imprevista te sobresalta como me ha pasado a mí ante un sonido inesperado.
Es verdad que el guión es interesante. Eso hace llevadera la excesiva lentitud de su realización, esperando una continuidad o una respuesta a los interrogantes que constantemente flotan en el aire, y que nunca terminan por darse. Aunque los silencios están justificados y bien situados, son exageradamente largos. Ni siquiera como resortes creativos.
Sin embargo, es de recibo reconocer lo llamativo de los encuadres interiores, muy artísticos, por lo que en mi opinión ( blasfema, pensarán algunos…) la dirección de fotografía sí habría merecido el premio.
Por todo esto, y otras razones que como Carlos II me guardo en mi real pecho, me alegra muchísimo haber cambiado el estreno en el cine por este pase privado con amigos y cava.
En este caso «La Soledad» (escogida) no vale una misa, lo diga quien lo diga.