El próximo dia siete se cumple el primer aniversario del asesinato de Anna Politkovskaya, periodista de raza que nunca renunció al periodismo, a la denuncia, a la verdad. Anna logró documentar los abusos de las tropas rusas en Chechenia. Recopiló testimonios de víctimas chechenas, mostró pruebas de la práctica sistemática de la tortura por parte de los militares rusos con el beneplácito de un gobierno corrupto y autoritario. «Sé que me van a matar- me dijo en 2005, en un encuentro y conversación que mantuvimos para la SER con motivo de la publicación en español de su libro La Rusia de Putin- pero el riesgo de morir no me va a detener».
Es complicado ejercer el periodismo. Complicado porque en algunos lugares pueden matarte por tratar de informar.
En otros, como aquí, porque cada vez más sustituimos el periodismo por el copy-paste. Ya no somos nosotros (los periodistas) los que presenciamos las noticias, sino unas cuantas grandes agencias que envían las mismas imágenes, los mismos textos, los mismos testimonios, a todos los medios de comunicación del mundo. De ahí que la información sea cada vez más uniforme, más similar.
Se cierran corresponsalías en todo el planeta porque «cuestan dinero», hay menos ojos, menos puntos de vista, más periodistas que suspiran frente a un ordenador en una oficina, más hechos que «no existen» porque ningún trabajador de un medio de comunicación los presencia. (Y aquí es donde entran en escena Internet, los blogs, los ciudadanos como periodistas: Gran parte del futuro de la información).
Afortunadamente, algunos periodistas no se rinden ante estas dificultades. Conozco a unos cuantos que han llegado incluso a renunciar a un contrato indefinido, un sueldo fijo, una estabilidad laboral para poder reencontrarse con la tarea real del informador, para estar donde las noticias están.
Otros tratan de no caer en la absoluta pasividad y a diario persiguen a editores, jefes, administradores del presupuesto económico del medio de comunicación, para convencerles de la importancia de un conflicto armado olvidado, de la existencia de ciudadanos de segunda en nuestros propios países, de la necesidad de explicar las consecuencias de tal política, etc.
Suelen obtener un «no hay espacio» por respuesta, o un » no interesa», o «es que eso está muy lejos». (¡Cuidado! En el siglo XXI todo está cerca). Pero «erre que erre» no cejan en su empeño y de vez en cuando obtienen un «sí». Ser un pesado forma parte de nuestro trabajo. Es cansado, te arriesgas a que te cuelguen el sambenito de obsesivo, pero peor es jugarse la vida, como hacen a diario tantos informadores. (En 2007 ya son más de 130 los periodistas asesinados).
En el libro La Rusia de Putin (altamente recomendable, como lo es el recién publicado Diario ruso) Anna Politkovskaya me escribió una dedicatoria. La releo ahora: «No permitas que nadie te obligue a renunciar al periodismo». Tarea difícil.