Hace unos días participé en el Hay Festival celebrado en Segovia, para dar una charla sobre mujeres reporteras de guerra, junto a otras periodistas como Janine di Giovanni, que trabaja entre otros para The Times y Georgina Higueras, de El País. Las tres coincidimos en señalar que además de las situaciones difíciles a las que tiene que enfrentarse cualquier periodista en una guerra, las mujeres reporteras nos encontramos a veces con problemas añadidos.
Algunos de esos problemas son logísticos: No hay chalecos antibalas para mujeres, todos nos quedan grandes y no se ajustan a nuestras formas corporales; es decir, no son útiles para nosotras. Algunas reporteras estadounidenses han logrado ya que sus empresas encarguen chalecos antibalas confeccionados a su medida.
Otros problemas son sociales y emanan de las estructuras patriarcales que predominan no solo allá (donde ocurren las guerras), sino también acá. Comentaban Janine de Giovanni y Georgina Higueras que cuando un periodista va a una guerra es visto como un valiente y un profesional, mientras que «cuando una periodista va a una guerra todavía es vista como una inconsciente» incluso por algunos de sus propios compañeros.
En marzo de 2003, cuando llevaba casi dos meses en Irak y cuando era evidente que faltaban solo horas para que Bagdad fuera bombardeada, un alto funcionario del Ministerio de Información iraquí me llamó a su despacho para decirme lo siguiente: «La guerra está a punto de empezar así que ha llegado el momento de que vayas al lugar donde debes estar: En tu casa, con tu mamá». El tipo espetó cosas similares a otras colegas de profesión, sobre todo a las que, como yo, eran mujeres jóvenes.
También por esos mismos días y también en Bagdad un par de periodistas «occidentales» se dedicaron a «aconsejar» a varias periodistas que nos fuéramos de Irak «porque lo que va a llegar será muy duro, poco apropiado para vosotras». Semanas después uno de esos reporteros fue presa de un ataque de pánico que le obligó a permanecer en el hotel durante días.
Una no se libra de comentarios estúpidos y actitudes machistas cuando viaja por ahí tratando de hacer su trabajo. Las guerras exacerban los ánimos, exageran los comportamientos y acentúan los vicios sociales.
En el escenario de un conflicto armado (y también fuera de él) las mujeres solemos ser percibidas como seres más débiles y por lo tanto más inofensivos. Es una visión absurda, al igual que lo es el decir que los hombres tienen menos escrúpulos o que son menos sensibles. Sin embargo es un encasillamiento que en determinadas situaciones puede facilitarle las cosas a una. Si te ven más débil, más inofensiva, los bandos involucrados en el conflicto bélico controlan menos tus movimientos, no te ven como una amenaza y colocan menos obstáculos a la realización de tu trabajo periodístico.
Creo que hay otra ventaja de la que gozamos las mujeres reporteras y que debemos aprovechar: Tenemos más acceso a las mujeres víctimas de las guerras. En algunos países las mujeres no conceden entrevistas a hombres si no permanecen acompañadas en todo momento por su padre, hermano o marido (condición que en realidad no imponen ellas, sino los hombres que las rodean), cuya presencia obviamente las cohíbe.
Incluso aunque accedan a ser entrevistadas a solas por un hombre es más que probable que no se atrevan a hablar de ciertas cuestiones, como su vida sexual, los abusos sexuales, la violencia de género, etc, asuntos todos ellos fundamentales para poder describir, contar y denunciar las consecuencias de los conflictos armados, asuntos en los que siempre deberíamos indagar las mujeres, sabiendo que es probable que ellas nos prefieran como interlocutoras, sabiendo que quizá sí, quizá ante nosotras sí se atrevan a contar lo que ocultan en su entorno plagado de tabúes.
En fin, estas son las ventajas y desventajas de ser «reporteras de guerra» que desgranamos el otro día en el Hay Festival. Las desventajas confío en que se disipen a medida que las sociedades vayan desprendiéndose del machismo y la estructura patriarcal. Las ventajas, confío en que puedan serlo en el futuro no solo para nosotras, sino también para los compañeros periodistas, porque eso significará que las mujeres de todo el mundo pierden el miedo a contar y a denunciar.
Cada vez que me pongo a pensar en qué es esto de ser mujer periodista que acude a conflictos armados termino acordándome de una frase que leí en un libro que compré hace unos años en Nueva York, cuyo título en inglés es War Torn. En él una corresponsal estadounidense de la guerra de Vietnam dice: «No sé qué es ser mujer corresponsal en una guerra, porque nunca antes he sido hombre».