El cómo antes del qué y la forma por el contenido. La postura hace la letra y las declaraciones de Rosa Regás no siempre han sido acertadas. La primera impresión que tuve cuando entré en su despacho fue que su aire fresco, mayor y vital a partes iguales, blanquearía la Biblioteca Nacional. Abrió las ventanas. Por ejemplo, se escandalizó al ver a los funcionarios aparcar en un espacio público maravilloso, no para los coches, sino para disfrute de los que pasean? y lo abrió.
También recuerdo el contraste con el despacho de Luis Racionero, algo gris. Como su actitud, cuando la cultura tenía que haber sido su bandera y las rejas de la Biblioteca eran eso, rejas. No habló, no reivindicó, no dimitió. Rosa llegó con ganas, y los colores republicanos parecían, en su despacho, los del arco iris. Ha mantenido una agenda repleta de actos. Salía corriendo, de uno a otro, soltando la mano de un ministro para ir a charlas con jóvenes desconocidos. De lunes a viernes, inagotable.
Pero su cargo es político, y en eso Rosa, no tiene matices. Pasó muchas tardes de cafés con Montalbán y comparte el filo radical que conocimos en Haro Tecglen, ese que a los de los ochenta nos escandaliza por no vivido. Viene de una izquierda sin talante, pura y dura.
Es una feminista íntegra, aunque a veces desenfoca y afirma que la ??echan por ser mujer??. No es así, y le pasa como a mi abuela (con todo el cariño), que abandona el equilibrio en algunas sentencias, pero le avalan la lucha y la experiencia.
A Regás la nombró el gobierno. Desde hace más de un año la hemos visto deslizarse, sin freno, hacia este choque frontal. Tenían que haberla convencido para que se fuera, para que su batalla personal y la de sus letras no se empañaran tanto. Al final el carácter es el destino, y Rosa, cómo no lo ibas a saber, no es lo que escribes… y no es lo que dices, si no cómo lo dices.
(PD. Refrán que, por cierto, eliminaría del refranero).