El 1 de junio de 2019 asumía al poder en El Salvador, Nayib Bukele. Era la primera vez que alguien rompía el bipartidismo que había gobernado el país desde el fin de la guerra civil y su triunfo trajo una ola de esperanza. Su imagen de joven empresario de 38 años, aficionado a la tecnología y las redes sociales que prometia modernizar El Salvador, erradicar la corrupción y reducir la pobreza y sobre todo la violencia, en un país que llegó a tener la mayor tasa de homicidios del mundo. Un año después su figura suscita aún bastantes luces internamente donde goza de un gran apoyo, pero muchas sombras por algunas de sus decisiones que son especialmente señaladas desde el exterior.
Su enfrentamiento con sus opositores en el Parlamento apoyándose en los militares con los que llegó a entrar en la cámara, su rechazo a cumplir un fallo de la Corte Suprema, las estrictas medidas aprobadas para luchar contra el coronavirus y su decisión de encarcelar juntos a los pandilleros del país han provocado acusaciones de autoritarismo y de poner en peligro la joven y frágil democracia del país. Pero Bukele ha conseguido reducir drásticamente la tasa de homicidios, gestionar la pandemia y que la economía creciera, por lo que alcanza, según algunas encuestas, un 90% de apoyo interno.
Nayib Bukele, nacido el 24 de julio de 1981, empezó en 2012 su carrera política en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), uno de los dos grandes partidos de El Salvador, junto con ARENA. Fue elegido alcalde de Nuevo Cuscatlán ese año y posteriormente, en 2015 de San Salvador. Pero en 2017 es expulsado del partido, acusado de agresiones verbales y físicas, y poco después crea su propio partido, Nuevas Ideas, con el que se presentó a las elecciones presidente en febrero de 2019, que gana en primera vuelta con un 53% de los votos.
Sus primeros meses transcurrieron tranquilos y con anécdotas que reforzaban su perfil de presidente moderno y carismático. El selfie que se hizo y colgó en su cuenta de Twitter mientras pronunciaba su discurso en la Asamblae Nacional de la ONU se hizo viral. Y también tuvo repercusión la ruptura de relaciones diplomáticas que anunció con con Venezuela y la expulsión del representante de Maduro. Aunque en febrero de 2020, la curiosidad que despertaba dio paso a cierta perplejidad y preocupación cuando acudió al Parlamento acompañado de militares.
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Las imágenes de soldados desplegados dentro de la Asamblea Legislativa dieron la vuelta al mundo y fueron señaladas como un intento de Bukele de presionar e intimidar a los diputados de la oposición para que aprobaran la financiación de la siguiente fase de su plan de seguridad. Algunos llegaron a calificarlo de «autogolpe». Se da la circunstancia de que al ganar las presidenciales con un nuevo partido, Bukele no cuenta con representación parlamentaria y su primer año de gobierno ha transcurrido sin apoyo del poder legislativo.
Pero el presidente salvadoreño también ha tenido después otros enfrentamientos y posiciones polémicas y que se señalan como autoritarias. Desafió la decisión de la Corte Suprema -que consideró ilegal su política de enviar a soldados a detener a quienes violaban la cuarentena por el coronavirus y encerrarlos en centro de retención- y anunció que se negaba a obedecerla. Y su política de mano dura hacia las «maras», las violentas pandillas del país -anunciando primero que permitía a la policía utilizar «fuerza letal» contra los pandilleros y posteriormente encarcelándolos juntos aunque pertenecieran a bandas rivales y publicando imágenes de los pandilleros hacinados en un patio- ha recibido críticas de defensores de los derechos humanos.
El director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco llegó asegurar que la política de Bukele con las maras evidenciaba «maldad y crueldad al buscar deliberadamente enfrentamientos entre las pandillas juntándolos aun a sabiendas de su rivalidad. Todo esto provocó un gran escrutinio internacional sobre el presidente salvadoreño. El New York Times advirtió en mayo en un reportaje que «el joven líder que había prometido cambiar El Salvador está aplicando la misma mano dura de siempre». Añadía que las acciones recientes de Nayib Bukele habían «dejado a abogados, empresarios, activistas o periodistas, con la preocupación de que estaba cayendo en la clase de autoritarismo que llevó a la guerra civil» y alertaba de que podía infligir un «daño irreparable» al país y a su frágil democracia.
Pero todo esto contrasta con la buena imagen que tiene Bukele dentro de El Salvador. Su eslogan en la campaña fue «Hay dinero de sobra si nadie lo roba» y muchos señalan que ha conseguido mejorar la situación. A nivel económico, el PIB creció el 2,38% el año pasado y ha alcanzado un acuerdo con China para recibir millones en proyectos de cooperación del gigante asiático, sin que este acercamiento enturbiara la buena relación que tiene con Trump y EEUU.
El coronavirus también le ha dado un motivo para presumir de gestión. El Salvador ha registrado 2.582 casos confirmados y 46 fallecidos, unos números bastante reducidos en comparación con otros países, que él atribuye a implacable respuesta. Aunque su gestión de la parte sanitaria de la pandemia se ha visto completada con unas medidas económicas que han llamado la atención. Su discurso al respecto fue calificado de «populista» pero corrió como la polvora por las redes y decisiones como entregar 300 euros a las familias afectadas por la pandemia y repartir comida en las localidades más pobres, también han reforzado la idea de que «representa los intereses del pueblo».
Aunque seguramente el mayor logro de Nayib Bukele en su primer año de gobierno haya sido la drástica reducción de la tasa de homicidios. Los datos oficiales hablan en este periodo de una media de 4,1 homicidios diarios, muy por debajo de los 12,6 que tuvo su antecesor Salvador Sánchez Cerén en el mismo período. En este sentido su política de mano dura hacia las maras fue bien recibida internamente, porque muchos culpan a las pandillas por la violencia que sacudió al país en los últimos años y que obligó a huir a numerosos amenazados.
Las últimas encuestas señalan de hecho que su popularidad es altísima. Según la publicada el pasado 24 de mayo por el diario salvadoreño La Prensa Gráfica, el 92,5% de los salvadoreños aprueba el trabajo hecho por Bukele en su primer año de gobierno y un 95,7% respalda su gestión de la pandemia de coronavirus. Aunque algunos críticos alertan de que el presidente esta cultivando una imagen mesiánica de si mismo como salvador para que no se fiscalice la represión que ejerce y su autoritarismo.