La verdad es que el gobierno recibe muchas críticas por su política económica. Incluso personas cercanas al mismo cuestionan a Zapatero por los bandazos de los últimos anuncios.
Puede que sean críticas justas aunque lejos de ser algo extraño, parece normal que en una situación como esta se produzca malestar y desconcierto. Más, en un país en el que todos llevamos un pequeño seleccionador nacional dentro.
La crisis va a ser larga y para salir de ella se va a necesitar algún tiempo. Los márgenes del gobierno son pequeñísimos y son demasiadas las cosas que hay que rehacer. Quizá las medidas del gobierno nos hagan salir más tarde de ella, pero lo habremos hecho defendiendo a los más débiles y sólo por eso deberíamos estar aplaudiendo.
Es conveniente, además, recordar qué y quienes nos han hecho llegar a esta situación. Culpar al gobierno de la misma es inexacto -quizá reconfortante, pero inexacto- porque ya se avisó de que después del ladrillo llegaría el ladrillazo; otra cosa es que nos pillara escurriendo el bulto. Así que su márgen de maniobra es bien pequeñito gracias a todos aquellos que han recortado los márgenes de acción de la política.
La reacción, subiendo impuestos, ni siquiera es muy original. Es similar a la de otros paises. Manuel Chaves, en EL PAIS lo explicaba: «Sarkozy ha creado el impuesto para las grandes fortunas y la Merkel ha subido el IVA». Hasta en EEUU han aceptado que Obama subiera los impuestos a los más ricos. E incluso el Estudio de KPMG que publicamos la pasada semana recomienda a otros paises seguir esa política.
Pero subir los impuestos escuece porque el mensaje ha sido eficazmente inyectado en la sociedad durante los años de bonanza y porque valoramos poco el estado de bienestar del que nos beneficiamos. Incluso semánticamente la palabra viene coloreada con todo tipo de consideraciones peyorativas: «impuesto revolucionario», «impuesto por el gobierno», «impuesto por la autoridad»…
No importa si los impuestos tienen la finalidad de mantener el alto grado de confort con el que vivimos o si hacen algo tan comprensible, tan honorable y tan cristiano como ayudar a quienes más dificultades tienen. No importa, porque son impuestos y las niñas bonitas, como sabe el barquero, no pagan dinero. Los buenos gobiernos bajan los impuestos, no los suben. El asunto se lo ha creido incluso el gobierno, que tiene una buena fila de niñas bonitas, sicavs, frotándose las manos.
Porque un fallo del que sí se puede culpar a los progresistas es el de no haber hecho esa taréa pedagógica durante los últimos años. Antón Losada, lo expresó muy bien en su columna de El Periódico:
A Zapatero, «parecen crecerle mil problemas, pero bien mirado todos se resumen en uno: confianza. Su problema ya no es la economía, sino la credibilidad. Y no porque tenga menos que el FMI o el BCE.
Tras dos años de show de tropezones a lo payasos de la tele, ha quedado claro que Arguiñano es el único que sabe de brotes verdes. Su problema tampoco es la oposición. […] Nada apuntala más la capacidad del presidente Zapatero que la incapacidad de Mariano Rajoy para ofrecer algo más que chistecitos de la crisis u homenajes a Camps.
[…] Tras una década de bajada de impuestos, los mismos gobiernos que los hicieron retroceder tendrán ahora que decidir lo contrario. Pero ni sus propios votantes entenderán por qué, mientras la izquierda siga dando por buena la ortodoxia dominante, donde los impuestos son un daño temporal que solo beneficia a la eficiencia económica cuando redistribuyen hacia quien más tiene….» [sigue Antón Losada en El Periódico]
Como dice David Cierco, pagamos impuestos para vivir mejor.
No quiero decir que el gobierno de Zapatero sea perfecto, ni que su política sea infalible y carente de fallos. Pero hay que darle al César lo que es del César. Y rezar, que recemos unos y otros, al Altísimo que corresponda, para que esta crisis termine cuanto antes.