Todavía quedan márgenes para definir ese papel. Hagámoslo. Seamos ambiciosos.
El sistema político mundial está patas arriba. Es por culpa de la crisis económica, por la falta de acuerdo global sobre una ética y una moral para todos -social, laboral, religiosa-, que nos permita convivir, y por la extraordinaria transformación tecnológica y de comunicación que ha provocado Internet-
Así se entiende que para resolver la crisis financiera -una sola de esas patas- se hable de «refundar el capitalismo» de «inaugurar un nuevo tiempo» o de «volver a la política con mayúsculas». Porque las respuestas antiguas -el capital descontrolado, el liberalismo feroz- han fallecido como falleció el comunismo y han demostrado ser ineficaces, propias de otro tiempo.
El multilateralismo, y la negociación política se instalan como un nuevo axioma. Pero el multilateralismo también tiene espinas, obliga a compromisos, a realizar cesiones en defensa del bien común (cada vez más común), y a menudo esos compromisos son dolorosos.
En este nuevo contexto es en el que España se ve empujada a enviar más tropas a Afganistan. Sucumbiendo a las peticiones de los fuertes. Más allá de este asunto anecdótico y concreto, el tema nos sitúa en el debate: ¿cual es el papel que debe jugar España en el nuevo mundo? Porque en mi opinión todavía quedan pequeños márgenes para definir ese papel.
España ha iniciado caminos ambiciosos en el ámbito de la justicia universal y los Derechos Humanos. Es cierto, sin embargo, como hemos señalado otras veces, que cuando lo ha intentado, aparece la mano invisible de la impunidad. Sin embargo es un papel enormemente edificante. Lo tiene todo: es social, democrático, justo y pedagógico.
Por tanto, si España va a redefinir el papel que tiene que jugar en el mundo, debería protagonizar el de la justicia. Dejemos que el de policía lo reclamen otros. Aprovechemos la coyuntura histórica para sembrar la semilla ética del futuro.