El New York Times ponía el foco recientemente en la Ciudad de la Luz de Alicante, como ??ejemplo de exceso financiado con dinero público?. El diario explica que aquello nació tras la humilde idea de montar una escuela de cine en Alicante:
…??pero el concepto evolucionó hacia un mega proyecto de estudio, en reflejo de las ambiciones de los políticos locales y el fácil acceso a la financiación?
La crítica que hace el New York Times bebe de la creencia que se instala por España de que los políticos locales han derrochado sistemáticamente.
Pero no todas esas críticas son justas, por justificadas que parezcan hoy. Fue también un gobierno local el que impulsó la construcción del Guggenheim y nadie cuestiona hoy el acierto. Pero imaginadlo de haber fracasado: un megacentro de la cultura impulsado por el gobierno del Pais Vasco, en pleno Bilbao, ciudad industrial, construido por uno de los mejores arquitectos del planeta, Frank O. Gehry…
Y ahí está, transformó la región en uno de los epicentros culturales más importantes de la península. Los aciertos también se han dado.
Lo que quiero decir es que mas allá de los despilfarros, que los ha habido y muchos, hay una batalla ideológica contra el poder local, que toma este u otros argumentos para atacarlo aún habiendo muestras de que no siempre fallaron las proyecciones.
No en vano, algunos de los que hoy denuncian los excesos constructivos aplaudian con fervor aquellos proyectos.
Lo recuerdo porque yo les vi con estos dos ojos. Vi a aquellos que visitaban las administraciones seduciendo alcaldes y presidentes autonómicos con sesudos y completos planes de desarrollo. Un aeropuerto allí, un parque temático aquí, una catedral de la Ciencia; Que lo dicen todos estos business plan, cargados con sofisticados charts…reelección garantizada…no cierres las puertas al progreso, etc, etc…
Muchos hablan hoy de los políticos locales pero nadie recuerda aquellos visitadores: consultores, inversores extranjeros, banqueros, gestores, constructores, administradores y emprendedores que diseñaban y agitaban los proyectos.
Qué rápido olvidan también aquellos periódicos que aplaudían a golpe de talón publicitario las ciudades de vacaciones y los parques temáticos de golf y golfos, de vanguardia, eso sí: diarios y cabeceras de nuevos propietarios, camuflados entre el hormigón y el ladrillo de las rotativas. Convencidos, en fin, de que el desarrollo consistía en invertir el dinero de todos en su propia cuenta bancaria. Ambición. Puro neocapitalismo de gomina.
Las críticas parecen dirigirse hoy solamente hacia la política local, reducto de incultos derrochadores. Y así, ya que vamos, volvemos a un debate que la transición excedió: ¿Acaso la España grande y libre merece ser gestionada fuera de Madrid?
Pues conmigo que no cuenten. Que tengo memoria.