No es extraño que se haya producido esta expectación mundial ante el rescate de los mineros chilenos. La operación se ha convertido en toda una hazaña tecnológica y humana.
Es una acción de ingeniería minera sin precedentes en la historia, y una inyección de patriotismo para el nacionalismo chileno, que afianza la posición de potencia mundial minera de la que presume el pais.
En términos de marketing político, el empresario millonario y Presidente del gobierno, Sebastian Piñeira, ha aprovechado la ocasión para revestir de su mandato recién estrenado de un halo heróico que le está saliendo muy rentable:
«La popularidad del presidente chileno, Sebastián Piñera, subió 10 puntos, desde el 46 al 56%, en el mes de agosto por la buena evaluación de su desempeño en el accidente que dejó a 33 mineros atrapados en un yacimiento en el norte del país «
Piñeira conoce la vertiente mediática, su negocio, pues no en vano acaba de vender el canal de televisión Chilevisión, que era de su propiedad, a Time Warner.
La gesta del rescate, televisado en todo el planeta, tiene todos los componentes épicos, para el caldo de retórica que busca el presidente.
Se echa de menos, sin embargo, un debate profundo sobre las condiciones de trabajo de los mineros, cuando no son, eran, noticia. Falta por conocer por ejemplo, con precisión, como eran y en qué grado afectará esta accidente a las medidas de seguridad de los miles de trabajadores que siguen día a día descendiendo a las profundidades de la tierra.
Piñeira ha avanzado que su Gobierno «ha emprendido una revisión de la normativa para la práctica de la minería en su país, a fin de garantizar seguridad a los trabajadores de ese sector […] porque un país que quiere ser desarrollado debe respetar a los derechos de sus trabajadores y trabajadoras».
Imagínense lo que se ha encontrado por allí.
Todo sea que no se vayan las cámaras y vuelva todo a la normalidad.