El pasado miércoles tuve la oportunidad de participar en la presentación del libro «En busca de respuestas» (Ed.Debate) del expresidente del gobierno Felipe González.
Conocí a González en el año 98. Conseguí una entrevista con él tras asaltarle en un restaurante, en un episodio que he contado aquí antes, pero que recupero porque ilustra bien las actitudes emprendedoras que seducen al expresidente. Le asalté contándole que había puesto en marcha un proyecto de Internet, desde casa de mi madre, llamado radiocable.com, y que quería entrevistarle. González propuso un intercambio: si yo participaba en un encuentro para contar mi experiencia, él me concedía la entrevista. Y así sucedió.
Semanas después me citó en su despacho para conceder la entrevista. Más allá de la anécdota, revisando hoy mis notas de entonces veo que aquella entrevista, lejos de los asuntos de actualidad a los que trataba de llevarle, pivotó en torno a una advertencia que hacía González y a la que siempre volvía: el tsunami de la globalización provocará irremediablemente -decía entonces- una fuerte crisis financiera, institucional, de gobernanza y de liderazgo. Año 1998. Es exactamente lo que ha ocurrido y es eso de lo que habla el libro.
El libro es una defensa del pragmatismo y es también una crítica a la falta de compromiso y a los prejuicios. Cuestiona, por ejemplo, la visión «utópica» que teníamos quienes nos manifestábamos contra la globalización (p103). Yo era uno de ellos, lo conté durante la presentación. Participé en manifestaciones antiglobalización desde el año 1995 hasta el año 2003. Puede, en efecto que nos equivocásemos en algunas cosas, como él recuerda: acerca de los efectos de la globalización. Pensábamos que la globalización impondría de forma hegemónica la cultura norteamericana y en lugar de eso abrió un espacio de oporunidad para los países emergentes, que son precisamente quienes la lideran hoy.
Sería injusto no reconocer, sin embargo, que acertamos advirtiendo de los peligros de una financiarización desbocada y de las desigualdades que podía generar la falta de controles. Además, esas manifestaciones marcaron durante años la agenda del FMI y del BM, -que empezó a hablar de desarrollo, y pobreza, cuando antes solo lo hacía de mecanismos financieros-.
Pero sobre todo: No se trata de cómo es el mundo tras aquellas protestas, sino de cómo sería el mundo sin haberse producido.
Pero en todo caso, la reflexión de fondo es compartida: La globalización abre un formidable espacio de oportunidades: oportunidades individuales, colectivas, empresariales, etc… Pero la globalización también obliga a repensar cómo se puede gobernar este nuevo mundo y cómo se puede diseñar un nuevo órden, desde la solidaridad redistributiva, que se corresponda con ese fenómeno porque este desgobierno general, este panorama lleno de tormentas, está provocando desconfianza en las instituciones, banalización, crisis de identidad, y falta de compromiso general…
A nivel individual -explica González-, los cambios que conlleva el fenómeno tecnológico de la globalización también son muchos. Como los conocimientos son compartidos y cambian a enorme velocidad, su posesión tiene un valor prácticamente irrelevante. Por tanto, lo académico pierde importancia. Un ejemplo: en un mundo con un mercado laboral tan cambiante una persona excesivamente preparada en un sólo área de conocimiento deja de ser un perfil laboralmente seductor -las necesidades de la empresa hoy, no serán las de mañana- .
También abordamos en la presentación las diferentes culturas empresariales que se dan entre continentes. Se queja Felipe González de que en Europa no se dan fenómenos empresariales como Google, Microsoft, o facebook (pag 204). Es cierto, y eso debería hacernos reflexionar. Sin embargo, en mi opinión, esas debilidades se pueden convertir en nuestras fortalezas.
Un solo ejemplo en el ámbito de la gastronomía. En España no tenemos al CEO de McDonalds. Ese hombre podría cambiar el precio del mercado de la carne mundial con tan solo subir unos céntimos el precio de sus hamburguesas-. No lo tenemos. Pero tenemos al dueño de «El Bullí», Ferrán Adriá: Con una pequeña empresa familiar, demostró que la excelencia de su producto trasciende lo nacional. Ambos se dedican al mercado de la gastronomía. Pero uno se dedica a la excelencia, el otro al volúmen de mercado. Y no creo que nuestro Bulli desmerezca para nada al mercado global de las hamburguesas.
Sea como fuere, el libro es una invitación provocadora a la reflexión y al debate: hay un enorme tsunami llegando a nuestra costa, y conviene saberlo. Por lo menos saberlo.